

Recientemente Muhammad Yunus recibió el premio Nobel por su decidida contribución al desarrollo y la erradicación de la pobreza, a la vez que promueve el rol de la mujer en la sociedad, especialmente en los sectores menos favorecidos. Su mensaje sencillo al recibirlo fue que la pobreza es una creación artificial, no es inherente al ser humano. Por lo tanto está en nosotros cambiar este panorama vergonzoso.
Este es solo un capítulo más de la historia que se está reescribiendo alrededor de la pobreza mundial, instalada principalmente en los mercados emergentes. Y es precisamente en estos mercados donde reside la mayor fuente de impulso al crecimiento mundial, a la vez que mantienen baja la inflación. Cada vez ocupan un lugar más relevante, ya que son quienes están empujando el crecimiento a la economía mundial, al tiempo que impulsan el aumento en el precio de los commodities y de la energía.
Sin darnos mucho cuenta, estamos asistiendo a una nueva revolución industrial.
A medida que los países emergentes se van integrando a la economía global, traerán el mayor estímulo a la economía visto en la historia del mundo, ya que el anterior de la revolución industrial solo involucró a un tercio de la población mundial.
Hasta la revolución tecnológica y la primera oleada de globalización los actuales países emergentes eran responsables de la mayor parte -un 80%-, de la producción mundial. Hoy aparecen de vuelta, capitaneados por China y creciendo a una tasa del 7% -el triple de las economías ricas. Pero ahora proveen ya no de commodities sino de productos con creciente calidad y contenido tecnológico, y con precios que no hacen más que bajar.
Los países ricos se benefician con los productos de bajo precio, y cada vez mejor calidad. El Grupo Richemont, dueño de marcas como Cartier, MontBlanc, Jaeger, IWC y varias más, ha lanzado Shanghai Tang, la primera marca de lujo para el mercado chino...producida en China! Y a la vez los productores de commodities se benefician con una demanda creciente y sostenida.
Con crisis alternadas, sus economías crecen sin señales de detenerse. A este paso, en 20 años habrán superado con creces a los países ricos. Pero lo que nos importa aquí son las consecuencias más inmediatas.
Los precios tienden a bajar, y no solo en productos manufacturados, sino también el costo del capital y de la mano de obra. China, India, Brasil, Rusia, y el resto de las economías emergentes están inyectando recursos humanos. Han duplicado la fuerza laboral del mundo, lo cual presiona inevitablemente los salarios a la baja. Los trabajadores en el mundo globalizado han perdido capacidad negociadora que gozaban localmente durante las décadas de economías cerradas. La evolución de la tecnología, la logística y las comunicaciones finalmente ha producido el hecho de que un trabajador en Hunan condiciona el salario de otro en Córdoba. Y los contratos sociales de momento son muy distintos. El efecto es que los salarios tienden a nivelarse hacia abajo, en tanto quienes arbitran en el comercio logran retener el beneficio, a condición de cambiar ágilmente de lugar de aprovisionamiento. No hay más que mirar las etiquetas de origen para verificarlo. Por lo tanto, el poder de compra de la clase trabajadora no se incrementa en la misma proporción que crece la economía global. Y esto también alcanza a los proveedores de servicios, cada vez más expuestos a competidores remotos a través de medios virtuales.
El resultado es que unos pocos logran acumular ganancias significativas, en tanto el resto ve presionados sus ingresos. Y estos son la gran masa que compone la población con excepción de las clases altas. Son el destinatario de todos los esfuerzos de la economía, y hoy están educados e informados. Demandan calidad accesible. Tienen claro que un celular, un reproductor de DVD, un televisor de pantalla plana o una PC son cada vez más accesibles. Y ven con gusto como el plasma y las laptop siguen el mismo camino rápidamente. Sospechan que la escala trae menores precios, a la vez que el avance tecnológico es imparable. Hace tiempo que empezamos a abandonar la economía de la escasez...y por lo tanto del deseo. La misma moda es efímera, de la mano de campeones como Zara, e IKEA produce el mismo efecto en la decoración.
Y al tiempo que las economías desarrolladas muestran signos inequívocos de maduración, con crecimientos bajos o nulos, los países emergentes explotan, abriendo mercados de tamaño desconocido. Es allí donde reside la próxima fuente indudable de crecimiento para las empresas, pero para ello deberán resolver cómo abastecer con productos de calidad a clientes con poder adquisitivo restringido y con pocas perspectivas de mejorar a mediano plazo. Para lo cual habrá que generar nuevos modelos de negocio, adecuados a la inmensa y desafiante realidad emergente. Y no hay mucho adonde ir a buscar ejemplos, pues los modelos de negocio para proveer a los países ricos fueron desarrollados en un contexto más protegido que hoy borrado por la globalización.
Un auténtico desafío a las mejores mentes emprendedoras de nuestros países emergentes, para desarrollar modelos a partir de la propia realidad. El premio está a la vuelta, en el propio mercado. Y la amenaza entra cada día por todos los puertos y medios virtuales. La solución de la pobreza es el nombre del próximo desafío que enfrentan las empresas, grandes o pequeñas, y sería más que razonable que surgiera de los mismos países emergentes.










