“Has recorrido un largo camino, muchacha , decía una antigua publicidad de cigarrillos. La misma frase sin duda puede aplicarse a la Responsabilidad Social Empresaria (RSE), una disciplina que no generó pocos debates en sus inicios y que hoy parece haber salido airosa, incluso de los ataques de sus más acérrimos detractores.

Desde su nacimiento asociada a la clásica filantropía asistencialista, la RSE logró derivar en lo que hoy se conoce como inversión social en la comunidad, profesionalizando y sistematizando el trabajo corporativo en materia comunitaria. Pero con el correr del tiempo, esta práctica siguió ampliándose para incorporar la relación y la rendición de cuentas a otros grupos de interés clave para toda empresa, como clientes, proveedores y empleados. Así se logró pasar de una visión que comprometía como mucho un punto porcentual de la facturación, a otra que incluye el otro 99%, un cambio sin duda abismal. Hoy se la asocia directamente con la manera responsable de hacer negocios, teniendo en cuenta el plano social y ambiental.

Pero esta visión, que cada día es adoptada por más empresas que apuestan a este modelo de gestión transversal, no logró consolidarse sin sobresaltos ni debates, entre los que no faltaron, ni faltan, acusaciones por lavado de imagen. Hace apenas tres años, la prestigiosa revista británica The Economist publicó un reporte titulado “The Good Company (“La buena empresa ), en el que desarrolló un escéptico enfoque sobre Responsabilidad Social Empresaria que se adivinaba desde la ilustración de tapa, en la que las empresas pasaban de ángeles a demonios en un solo trazo. En esa ocasión, no sólo la revista asociaba esta disciplina a la mera filantropía, algo más habitual hasta ese momento, sino que aseguraba que el campo social era totalmente ajeno al mundo corporativo. Siguiendo a rajatabla al Premio Nobel Milton Friedman, afirmaba que la sola misión de la empresa era el beneficio económico y acusaba al movimiento de la RSE de no entender la esencia misma del capitalismo. “Para mejorar el capitalismo, primero hay que entenderlo. El pensamiento detrás de la RSE no supera esta prueba , disparaba.

Pero la conversión no tardó en llegar. En lo que muchos llegaron a a rotular como un auténtico acto de fe, la publicación cambió 180 su postura. Bajo el título de “Just good business (“Sencillamente, un buen negocio ), en enero de este año hizo una especie de mea culpa y reconoció que la RSE puede formar parte de las ventajas competitivas de las empresas, algo que sacudió por lo impensado al calmado mundillo internacional de la RSE. “Bien desarrollada, no es una actividad aislada, un rinconcito reservado a la virtud: es sencillamente un buen negocio , resumió en esta edición del 17 de enero último. Así reconoció los beneficios económicos de estas políticas corporativas, algo que en lugar de tener connotaciones negativas, como algunos alegan, sin duda ayuda a consolidar esta práctica en el tiempo, volviéndola un win-win.

Y el ganador es...

De esta manera, The Economist puso distancia de sus propias ideas, publicadas apenas tres años antes, dejando claro que la nueva RSE ganó definitivamente la batalla de las ideas y que generar valor social y económico a la vez ya no es una utopía. Hoy casi todo parece posible en este terreno y son pocos los que se animan a discutir el nuevo dogma corporativo: la llamada triple línea de resultados, o Triple Bottom Line, que incluye los resultados económicos, por supuesto, pero también los sociales y ambientales. Y para tener una pauta de la difusión de este modelo, sólo basta ver la evolución de esta expresión en Google. En 2002, sólo aparecían 15.600 páginas con esta frase, mientras que hoy el número asciende a nada menos que tres millones de páginas.

Como muestra de este triunfo radical, basta repasar algunas estadísticas locales, que dan cuenta de la amplia difusión que logró la RSE en el último tiempo. Una encuesta realizada por el suplemento Socialmente Responsables de El Cronista, reveló que el 60% de las empresas locales elabora un reporte social, en el que da cuenta de sus impactos en relación a los principales grupos de interés afectados por la empresa, una acción que el 47% de las empresas realiza hace no más de cinco años. Además, el 52% de las compañías desarrolla diálogos con algunos de estos grupos de interés o stakeholders, entre los que priman empleados, ONG y clientes. Los proveedores tampoco son olvidados. Hoy el 70% de las empresas argentinas realiza monitoreos a sus proveedores en materia de RSE, una tendencia en claro ascenso, después de algunos escándalos en la industria textil.

La firma de iniciativas mundiales como el Pacto Global de Naciones Unidas tampoco se queda atrás: el 76% de las firmas encuestadas aseguró formar parte de este compromiso. El medio ambiente también es un tema clave en la agenda de RSE local e internacional, casi un must corporativo. Siempre de acuerdo a esta encuesta de El Cronista, realizada entre 50 empresas líderes, el 62% de las compañías encara acciones para combatir el cambio climático, una de las cuestiones que está ascendiendo de manera más acelerada en el creciente mundo de la RSE.