La historia se está moviendo rápido en Sudáfrica. En junio será país anfitrión del Mundial de Fútbol, como la más reciente señal de su progreso post-apartheid.

Pero el 2 de febrero de 1990, cuando el presidente F.W. de Klerk se dirigió a un Congreso dominado por los blancos para su discurso inaugural, una cosa así era impensada. Los disturbios ocupaban las ciudades; muchas leyes del apartheid seguían escritas en los libros; y las expectativas sobre el supuestamente cauto afrikaner eran bajas.

Pero el discurso que hizo De Klerk fijó un antes y un después en los 350 años de dominio blanco en Africa. Aunque sólo un puñado de los miembros de su partido sabían de sus intenciones.

Hoy, Frederick Willem de Klerk, 73 años, sonríe al recordar este giro inesperado de eventos. Sus palabras pusieron a la historia cabeza abajo: se levantarían las prohibiciones al Congreso Nacional Africano (CNA) y al partido Comunista después de 30 años; el líder de la CNA, Nelson Mandela, debía ser liberado tras 27 años de cárcel; las negociaciones para la nueva Sudáfrica comenzarían de inmediato. ¿Por qué lo hizo? ¿Tuvo dudas? “No , insiste. “No fue arriesgarse. Creí que era lo correcto. Fue una decisión racional. Lo pensé acabadamente. . . no hubo nada de oportunismo. No fue un impulso del momento, tampoco .

Poco sugería su conservador pasado que sería el hombre que persuadiría a su gente a abandonar el poder. Después de todo, era un sangre azul del Partido Nacional que había gobernado desde 1948.

Uno de sus antecesores llegó a Sudáfrica a fines del siglo XVII entre los fugitivos hugonotes que huían de Europa. Un tío, JG Strijdom, fue primer ministro y su padre, Jan, ministro de gobierno y presidente del Senado. Después de practicar las leyes por un tiempo, FW entró al Congreso en 1969 y luego fue miembro del gabinete por nueve años.

Pero las reformas del Partido Nacional eran agonizantemente lentas y sus argumentos recuerdan a tantos otros blancos que decían que nunca apoyaron realmente el apartheid. Aún así el discurso de De Klerk fue extraordinario. No había nada de inevitable en su decisión de levantar la prohibición a la CNA. Aunque el régimen apartheid estaba sitiado diplomáticamente, estaba lejos de perder en el campo de batalla. Muchos en las fuerzas de seguridad pensaban que todavía se podía resistir. Pero él miró al futuro y sólo vio desastre si seguían en esa postura. “Tenía que terminar y lo logramos evitando el caos , explica.

Motivado por la caída del Muro de Berlín, que acabó con el rooi gevaar (amenaza roja), o el temor de una invasión comunista, De Klerk no tambaleó en seguir adelante.

El último presidente blanco de Sudáfrica no endosa la línea romántica del afrikaner que inesperadamente reconoció lo malo que era el apartheid. Fue un proceso gradual, insiste. A mediados de los ’80 había “alcanzado la conclusión final de que el apartheid era “injusto para la mayoría de la población .

Si bien reconoce que su reevaluación del apartheid fue un proceso largo. Cuatro años después de su discurso, en mayo de 1994 hizo lo inimaginable para sus antepasados y le entregó el poder a un hombre negro.

De Klerk no da muestra de sentimientos al recordar esa fría mañana en que Mandela tomó el mando. Una “emoción positiva‘ es lo único que confiesa haber sentido ese extraordinario día.