Incluso en este extraño nuevo mundo de los bancos privados capitalizados por el Estado, el sistema de las Cajas de Ahorro españolas es inusual porque son más similares a fundaciones con fines caritativos que a cooperativas.
De todos modos, sea como fuere que se las defina, lo cierto es que las 45 cajas regionales enfrentan uno de los períodos más difíciles en sus 173 años de historia, porque los préstamos incobrables están devorando sus ganancias y su capital.
El marco legal de las cajas modernas fue creado en 1835, con la idea de alentar el ahorro y el espíritu empresarial en la clase trabajadora. Surgidas a partir de los Montes de Piedad de la iglesia católica, que prestaban pequeñas sumas a los pobres, el elemento caritativo todavía subsiste, ya que, por ley, deben dedicar una parte de sus ganancias al trabajo social. Sin embargo, en los últimos 30 años se han llegado a parecer cada vez más a sus competidores cotizantes, al financiar los excesos del auge inmobiliario español.
Contando con aproximadamente la mitad de los activos y los ahorros del sistema financiero, son ya tan importantes para el bienestar del país como los bancos comerciales.
Pero las cajas no tienen la diversidad internacional que ha permitido a grandes entidades cotizantes como el BBVA y el Santander ser selectivos con respecto a quiénes les prestan dinero. En cambio, las cajas, que son sumamente regionales, se han quedado “con toda la basura , al buscar incrementar su participación de mercado en el punto más alto del ciclo de la propiedad, para usar las palabras de un alto directivo bancario en Madrid.
Con el colapso del desarrollo inmobiliario, la exposición de las cajas de ahorro al sector de la construcción –y a los compradores de vivienda– está cobrando su precio. La tasa conjunta de los préstamos no redituables, que era de 1% hace un año, llega a más de 3% ahora y trepa con rapidez alarmante. Las agencias calificadoras de crédito han hecho revisiones a la baja y muchos piensan que es inevitable una consolidación del sector.
