La economía de Brasil terminará el año con una caída del 2%. El sector más crítico es la industria, donde la retracción roza el 20%. La fuerte presión tributaria, el alto costo de los insumos (entre ellos la energía) y la caída del consumo figuran entre los culpables de esta situación. La solución de corto plazo fue darle salida a una devaluación para que el real se ubique en un nivel que se asemeja al de 2003. Ayer, por ejemplo, el real se depreció 1,7% cotizando a 3,55 unidades por dólar, por lo que acumula 34% de devaluación en el año y 58% en los últimos 12 meses. Es que los mercados bursátiles globales han perdido unos u$s 5 billones (casi un tercio del PBI estadounidense) desde que el pasado 11 de agosto el Banco Popular de China devaluó el yuan. Volviendo a Brasil, el dato adicional es la crisis política que enfrenta la presidenta Dilma Rousseff, donde el nivel de popularidad ha caído debido a las medidas que debió tomar para solventar el momento económico y el escándalo de corrupción de Petrobras también afecto sobremanera el escenario.

Por supuesto, lo que pasa en China no está ayudando. La desaceleración de la economía asiática y la perspectiva de una menor demanda de materias primas (con el consecuente desplome de los precios) mueve a una fuerte salida de capitales de Brasil. La expectativa de una pronta suba de la tasa de referencia en EE.UU. también refuerza ese efecto. Para la Argentina el momento es singular. A los crecientes desequilibrios entre ellos el cambiario se agrega la pérdida de competitividad y la caída del sector externo a sus niveles mínimos. Dicho de otro modo: si Brasil es más competitivo que Argentina, las economías regionales locales sufrirán al no poder colocar su producción porque serán más caras para los brasileños. A la vez, el movimiento devaluatorio del real generará mayor presión al mercado local y así, el tipo de cambio paralelo seguirá con su tendencia alcista.