
Apenas llegó a manos de Angela Merkel el papel que Barack Obama acababa de pasar en la mesa, se puso en guardia. ¿Qué es esto? preguntó la canciller alemana. "Nunca lo vi antes."
El presidente de Estados Unidos describió el papel como temas de debate en los que él y sus siete pares europeos podrían enfocarse cuando concluyese la reunión del Grupo de los 20 en México.
La mayoría de los ítems trataban sobre lo que se había acordado formalmente. Pero el último tema era algo nuevo: el pleno respaldo a un plan que el hombre que estaba sentado junto a Merkel -Mario Monti, el primer ministro italiano- había circulado informalmente en la reunión.
El texto insta al Banco Central Europeo a proteger los países de la eurozona cuando se viesen amenazados por mercados financieros comprando automáticamente sus bonos.
Solo los países virtuosos que obedeciesen las reglas presupuestarias de la UE serían elegibles. Pero el plan de Monti garantizaría un tope a los costos de financiamiento, que para Italia y España estaban nuevamente aumentando a niveles peligrosos.
Mientras leía el papel, la ira de Merkel aumentaba. Estaba completamente furiosa, dijo otra persona en la sala. Si bien sus objeciones eran de procedimiento, quedaba claro que las delegaciones de Italia y Estados Unidos habían conspirado para obligarla a apoyar un esquema de compra de bonos del BCE que cambiaría fundamentalmente la forma en que la eurozona enfrentaba la crisis.
Washington había estado abogando por una barrera con apoyo del BCE desde el comienzo de la crisis, alegando que la FED había demostrado ser indispensable para acabar con el pánico bancario de Estados Unidos. La Casa Blanca consideraba a Monti su aliado más sólido.
Obama hizo que Merkel aceptase al italiano. En una reunión privada, Obama le dijo: Tenés que trabajar con él.
Sin embargo, ante las objeciones furiosas de Merkel en Los Cabos, Obama se dirigió a su sherpa de la reunión, el asesor de economía internacional de la Casa Blanca Michael Froman, para ver si tampoco había logrado transmitir su mensaje a otras delegaciones un gesto que muchos consideraron una forma graciosa de dar por concluido el enfrentamiento. Cuando Froman hizo acuse de recibo de la supervisión, la discusión terminó.
En el momento, la pelea pareció la última de una serie de esfuerzos infructuosos de Obama y los co-conspiradores de la UE para obligar a Merkel a apoyar una barrera más grande para proteger a los países sitiados de la eurozona.
En retrospectiva, marcó el inicio del punto de inflexión final de la crisis. Tres meses después, Merkel dio su apoyo tácito a un esquema igualmente ambicioso de compra de bonos diseñado por otro tecnócrata italiano, el presidente del BCE Mario Draghi. Esto pondría fin a la crisis existencial que el euro había enfrentado por más de tres años.
Ese plan se lo define como el golpe de gracia de la crisis de la eurozona.
Aun así, era poco probable que el programa de Draghi aplacase los mercados sin el consentimiento de Merkel, que fue dado a pesar de las objeciones públicas del poderoso Bundesbank de Alemania. Esta era la victoria política tranquila que demostró ser el eje del éxito del BCE.
Un año de ideas en desarrollo
Quienes hablaron con Merkel por entonces dijeron que sus reservas en cuanto al plan de Monti se originaban en su concepción del modo en que la eurozona debía funcionar. No era el rol de los políticos fijar tasas de bonos. Por otro lado, que el BCE decidiese dicho plan por su cuenta, era una decisión apropiada para un banco central independiente.
Pero muchos funcionarios, particularmente quienes trabajaron con su equipo en otros capitales de la eurozona, sostuvieron que la final aceptación de Merkel del programa de Draghi marcó el fin de un cambio de pensamiento de un año en Berlín. Si la visión original de Alemania de la eurozona -sin rescates, sin deudas compartidas y, en algunas partes, sin Grecia- se estaba transformando en algo inalcanzable, Berlín iba a garantizar que el control centralizado instaurase cargas compartidas. En diciembre, Merkel alcanzó un acuerdo para un compacto fiscal que requería que todos los países de la eurozona escribiesen las rígidas reglamentaciones presupuestarias de la UE en sus constituciones nacionales. Y dos semanas después de la pelea de Los Cabos alcanzó un acuerdo que marcaría el cambio más grande en la soberanía desde la creación de la eurozona: a cambio de permitir que fondos comunes de la eurozona rescaten a bancos europeos en quiebra, la supervisión y liquidación de dichas instituciones pasaría del control nacional al control de la UE. En ambas iniciativas, Draghi fue un socio enérgico de Merkel.
Los funcionarios alemanas insisten en que Merkel no apoyó estas políticas para despejar el camino para que el BCE actuase. Del mismo modo, Draghi nunca prometió explícitamente a los políticos de la UE que actuaría si ellos primero tomaban medidas para apuntalarse.
Algunos funcionarios del BCE que trabajaron con Draghi sostienen que asegurar el apoyo de Merkel a su plan de compra de bonos, conocido como "ransacciones monetarias directas, fue el resultado de una cultivación política cuidadosamente orquestada de la canciller.
Funcionarios senior cercanos a ambos líderes reconocen que Draghi estaba mucho más dispuesto a involucrarse con Merkel y otros líderes políticos que su predecesor, Jean-Claude Trichet, que solía limitarse a deliberar con sus colegas del banco.
Sin comprometer la independencia del BCE, Draghi trabajó informalmente con Merkel, poniendo a prueba lo que podría ser aceptable, mientras que Trichet había preferido escenarios formales como reuniones de la US, sostuvieron funcionarios.
Pero otros insisten en que una ofensiva encantadora de Draghi es demasiado simplista para explicar la aceptación del Merkel. Hasta los críticos de Draghi dentro del gobierno alemán desmienten un acuerdo entre dos líderes. No fue un acuerdo, gruño uno. No obtuvimos nada a cambio.
En lugar de eso, varios funcionarios sostuvieron que creían que la predisposición de Merkel a apoyar las transacciones monetarias directas fue un reflejo de lo profunda que la crisis era ese verano.
Equipo contra la crisis
Desde el inicio de la crisis, Alemania había limitado la potencia de lucha contra incendios del BCE. Legisladores desde Washington hasta París desde hacía tiempo consideraban que la idea de Monti de que el ECB comprase bonos de países en dificultades era la solución para la crisis. Si el BCE asumía ese compromiso, especialmente si era ilimitado, ningún operador de bonos se atrevería a desafiar sus bolsillos sin fondo. Las ventas desenfrenadas podrían terminar de la noche a la mañana, sostenían los partidarios.
Pero muchos en Berlín vieron tal acción del BCE como inadecuada. Comprar bonos de la eurozona era, en esencia, prestar a los gobiernos el dinero impreso por el banco central, una práctica conocida como financiación monetaria. Eso no solo pospuso la hora de la verdad para los ministros encargados de equilibrar los presupuestos, sino que también podría estimular la inflación.
Trichet había rescatado al euro del borde del abismo en dos ocasiones: cuando accedió a comprar bonos griegos en el inicio de la crisis en mayo de 2010 y cuando amplió el programa de compra de bonos de Italia y España en el verano de 2011.
Pero sus planes siempre fueron descriptos como limitados. Fue una manera de los gobiernos de comprar tiempo, sostuvo Lorenzo Bini Smaghi, miembro del directorio del BCE durante el mandato de Trichet. No fue algo para salvar el euro.
Cuando Draghi tomó el timón del BCE en noviembre de 2011, el banco se parecía a un puesto de avanzada extranjera en territorio enemigo. El público alemán, que nunca fue amante de los rescates, se mostró abiertamente hostil hacia la compra de bonos de Trichet.
Sus medidas, conocidas formalmente como el programa de mercados de seguridad o SMP, habían sido impugnadas ante el Tribunal Constituional alemán y sobrevivieron. Pero también llevaron a la dimisión de Axel Weber, jefe del Bundesbank. La decisión de Trichet en agosto de 2011 de expandir SMP a España e Italia también dio lugar a la renuncia de Jürgen Stark, el único alemán en el directorio del BCE El día posterior a la aprobación de la compra de bonos italianos y españoles, Stark dijo aTrichet que renunciaría. Había pocas dudas en Berlín de quién sería el próximo: Jörg Asmussen había sido el hombre clave del Ministerio de Hacienda desde que comenzó la crisis.
Casi de forma exclusiva entre los funcionarios alemanes, Asmussen había mantenido relaciones cordiales en todo la eurozona .
Los funcionarios franceses se dieron cuenta de que necesitaban un candidato que pudiese trabajar en estrecha colaboración con un hombre que creían que podría dar a Draghi la tapa alemana que precisaba para ser más agresivo. Se decidieron por Benoit Coeuré, economista de la generación y la afiliación política de Asmussen que conocía bien a los alemanes.
Tiempos de paz y de guerra
En medio del caos de dos elecciones griegas que casi llevaron al "Grexit" y nuevos temores sobre los bancos de España, el pánico volvió a los mercados de bonos en mayo. Bankia -creado por la fusión de las cajas de ahorros españolas abatidas por la explosión de la burbuja inmobiliaria-quebró y fue necesaria la nacionalización parcial. La preocupación se extendió a la salud de todos los bancos europeos.
Draghi sabía que el BCE tenía que hacer más. A principios de junio, comenzó a discutir con un pequeño círculo de confidentes, entre ellos Asmussen y Coueré, la necesidad de un nuevo programa de lucha contra la crisis, afirman los funcionarios.
El plan de Monti llegó a oídos de los funcionarios del BCE antes de que este lo presentara en Los Cabos, pero estos lo consideraron inviable. Cuando empezaron a hablar de su propio plan, los banqueros centrales de Frankfurt sabían que cualquier nuevo plan de compra de bonos causaría problemas políticos a Asmussen. Asmussen compartía la visión económica del mundo de Stark y Weber, pero creía que una crisis extrema requería medidas extraordinarias.
Las personas tratan de violar principios todos los días. Hay que resistirse a ello el 99% [del tiempo] y decir esto no es la situación extraordinaria, declaró Asmussen. "Tienes tiempos de paz, y después tiempos de guerra. En tiempos de paz, estoy en la línea de Bundesbank, pero la situación era muy diferente.
Las pruebas de que habían llegado los tiempos de guerra eran cada vez más. Las empresas estaban haciendo planes de contingencia para prepararse para una ruptura del euro. Los bancos de la eurozona mantenían el efectivo del día a día en filiales lejanas: una política costosa pero que los protegería en caso de que el euro se partiese. Los costos de endeudamiento de Italia y España se dispararon.
En el BCE, las discusiones sobre la forma de frenar el pánico se intensificaron. Pero incluso a las personas cercanas a Draghi las tomó por sorpresa que, a fines de julio, este dijese que el BCE haría lo que fuese necesario para evitar la ruptura del euro. Sus palabras tuvieron un efecto de calma inmediato en los mercados. Entonces, los funcionarios del BCE debían desarrollar una política de respaldo que lograse aprobación cuando enfrentase a su mayor desafío: Alemania.
En Frankfurt, aliados de Draghi trabajaron para separar a los opositores del plan, modificando disposiciones a fin de ganarse a los conservadores en el directorio del BCE, incluido Asmussen y los jefes de los bancos centrales de Holanda y Finlandia. Una vez que lo habían logrado, Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, fue aislado en la oposición.
Hasta ahora, Merkel se mantuvo firme en su creencia de que permitir que el euro se desmorone sería demasiado peligroso. Ganarse su aprobación para el plan del BCE se transformaría en algo que ella había defendido desde el principio: a cambio de ayuda, los países que luchan tenían que estar de acuerdo en las reformas económicas. Esa condicionalidad tenía que ser profunda y legalmente vinculante.
Cuando Draghi dio a conocer la versión final de su plan en septiembre, los vientos políticos habían cambiado en Berlín. Una vez asegurada la unión bancaria, Merkel dio al plan de Draghi su bendición pública. En declaraciones el día después del anuncio de Draghi, destacó el requisito previo de la reforma económica. La condicionalidad es un punto muy importante, dijo. Control y ayuda . . van de la mano.
El día que habló, la rentabilidad de los bonos italianos a 10 años cerró por debajo del 5,1% por primera vez en cinco meses. Los de España cayeron por debajo del 6% por primera vez en cuatro meses. La crisis de la deuda europea había finalizado.
Dos años después, queda claro que las medidas frenéticas e improvisadas del último año de la crisis salvaron al euro. Sin embargo, la eurozona dista de gozar de buena salud. Los niveles de deuda en el sur de Europa son extremos. El desempleo se mantiene cerca de máximos históricos, un efecto secundario de la medicina amarga que imponen quienes luchan contra la crisis. Los partidos anti-UE podrían beneficiarse de los resultados de las elecciones europeas de la próxima semana. Pero la unión monetaria de 15 años superó su prueba más importante: en su peor momento, sus líderes hicieron todo lo necesario para mantenerla unida. Y a nadie le importó más que a Angela Merkel, canciller de una Alemania unida y, en parte gracias a la crisis, la líder más poderosa de Europa.
"Opté por Europa y el euro, y por lo tanto por Grecia", dijo Merkel casi al final de la crisis. "Si el euro cae, Europa cae".
Traducción: Viviana L. Fernández











