La semana pasada hablé con un recién graduado que acababa de comenzar a trabajar para uno de los empleadores más famosos del mundo. ¿Cómo va eso?, le pregunté.
Me dijo que iba bien, aunque todo lo que había hecho en las últimas tres semanas era sentarse en diferentes salas y escuchar conversaciones entre diferentes personas de la empresa. Lo que más le había impresionado hasta ahora era que las personas parecían irse apagando cuanto más ascendían en la organización. Su compañeros aprendices eran casi todos brillantes, dijo él, y la gente en el siguiente nivel también eran bastante listos. Pero los de diez años más eran pedestres en comparación, mientras que algunos de los socios parecían estar al borde de la imbecilidad.
Le pregunté si tenía una explicación. Me miró como si yo también fuera una imbécil y dijo que la razón era la autoselección. Las personas verdaderamente inteligentes no se quedan en las organizaciones en las que lucharon tanto por entrar. Los mejores se van en dos o tres años; los ligeramente menos adeptos se quedan un poco más, y sólo los ordinarios y los fatalmente desprovistos de imaginación están ahí para el largo plazo.
Dado que por casi 30 años no he logrado despegarme de una empresa que también contrata a los recién graduados más brillantes, esto no era lo que yo quería oír. No es verdad en el Financial Times, protesté. ¡Sólo hay que mirar a Martin Wolf! Nuestro columnista de peso completo más popular ha estado con nosotros desde siempre.
Se encogió de hombros y dijo que quizás el periodismo era diferente; yo reflexioné con amargura sobre la arrogancia de la juventud. Cuando yo comencé, seguramente no veía a mis superiores como si fueran dioses, pero por lo menos les daba el beneficio de la duda.
Desde entonces he estado pensando en nuestra conversación, y he decidido que él pudiera estar en lo cierto. Es verdad que hoy día los más listos usan a los mayores empleadores como campo de entrenamiento y plataforma de lanzamiento. (Lo cual quiere decir que los empleadores debían dejar de luchar por contratar a los mejores ya que los perderán casi inmediatamente, o hacer mejor uso de sus talentos por el breve instante que están en la planilla.)
Es un gran cambio de cuando yo era una aprendiz recién graduada. Cuando comencé en JPMorgan en los 1980 no había una carrera hacia la puerta por parte de los más inteligentes. De un grupo de 10 los dos que dimitieron después de los dos primeros años no eran tanto los más brillantes como los más inconformes - nosotros éramos los que no deberíamos haber sido contratados en primer lugar.
Pero hay tres otras explicaciones por la disminuyente brillantez en las grandes organizaciones que pudieran ser más importantes.
Para empezar, hoy día las nuevas contrataciones son simplemente mejores de lo que eran antes. Hay más graduados en competencia por los trabajos principales, lo cual quiere decir que éstos se les otorgan a individuos que son académicamente aventajados, los cuales han realizado múltiples internados, hablan 16 idiomas, son expertos en codificación y han navegado el mundo sin ayuda. El amateur más o menos brillante con una respuesta ingeniosa en un aprieto, quien hubiera sido una cosa segura hace 20 años, no tiene ninguna oportunidad.
La segunda explicación no es que los mediocres se quedan, pero que quedarse los vuelve mediocres. Años de trabajo rutinario y largas horas en la oficina tienden a quitarle el brillo a cualquier talento, y en todo caso no hay incentivo para mantener vivo el talento ya que el mundo corporativo no lo considera. En vez de recompensar la brillantez, prefiere habilidades que los recién graduados no ven: buen juicio, facilidad con los clientes, y un instinto por saber cuándo mantener la boca cerrada. Si los socios de hoy no eran aburridos cuando empezaron, rápidamente aprendieron a aparentarlo.
La última razón es la que más me inquieta. No será verdad que los socios son muchísimo más apagados que los recién graduados. Es sencillamente que los dos grupos no pueden hablar unos con los otros, y por lo cual están ciegos a los valores de cada grupo. Los viejos y los jóvenes siempre han luchado por entenderse en el trabajo, pero ahora pasa más que nunca.
Los aprendices recién graduados que se unen a la fuerza laboral este año serán entre los primeros en haberse criado con el Internet, lo cual significa que se comunican, adquieren conocimiento y hacen las cosas de modo diferente con ese conocimiento. Miran a los socios y ven lentitud; los socios los miran a ellos y sienten lástima por su limitado vocabulario, y se preguntan si alguna vez habrán leído un libro.
Conocí a nuestros propios brillantes aprendices hace unos días y por primera vez me sentí un poco perdida. De cierto modo era estimulante saber que enfocarían el periodismo de forma bastante diferente a la manera en la que yo lo enfoco, pero también era preocupante.
Mientras que yo hablaba y hablaba sobre cosas que me parecían interesantes, sentí que me miraban de forma rara; tal vez estaban pensando: esta mujer es una imbécil - o un genio - o simplemente se lamentaban de que faltaba mucho para el almuerzo. El problema era que yo no los podía leer lo suficientemente bien para saber si era una cosa o la otra.
