Hace unos días, el Financial Times asignó una parte de mi trabajo a una robot. Llevo años haciendo podcasts de mi columna, pero ahora me enfrento a la feroz competencia de Experimental Amy.
Ella, la robot, vende sus servicios a un precio mucho menor que yo, aprende con rapidez, y siempre hace precisamente lo que se le pide.
Su desventaja, me atrevo a decir, es que es una colega menos sociable que yo, pero, bueno, nadie es perfecto.
Ser reemplazado por un robot es la peor pesadilla de todo empleado, y cuando yo me enteré que ella se estaba metiendo en lo mío, me sentí un poco afligida. Pero una vez que se me fue el enojo y me senté a escuchar el resultado de su trabajo, comencé a sentirme mejor.
Yo sé que éstos son sus primeros días, pero por el momento Amy no es mi rival; al contrario, según mis oídos por cierto subjetivos, ella es completamente inútil.
Para ser justa, Amy tiene algunas ventajas. Para empezar, tiene una magnífica voz.
Cuando empecé a grabar mis columnas hace una década, un oyente me escribió para quejarse de que mi "tono nasal" le había obligado a dejar de escucharme inmediatamente. Por el contrario, la voz de Amy tiene un bajo timbre agradable y es tan suave como el terciopelo.
Su segunda ventaja es que es prácticamente sin costos. Ella es parte de un nuevo servicio de Amazon que convierte el texto en habla, y que no cuesta casi nada, por lo menos en comparación con lo que me paga Financial Times.
Aún más impresionante es su velocidad. Menos de dos segundos después de haber recibido mi texto escrito, me entregó una versión hablada. Lo cual significa que cuando yo apenas he despejado mi garganta y comenzado a leer: "Hace unos días, el Finan..." ella ya ha terminado.
En su caso no hay desorden y hace el trabajo sin ayuda de nadie. En cambio, mi grabación implica un productor, el uso de un estudio, la necesidad de que ambos intercambiemos correos electrónicos para confirmar una hora de conveniencia mutua y luego algunos comentarios amistosos cuando nos juntamos. Hay que montar el equipo y entonces editar la grabación para eliminar todos mis tropiezos. Toma media hora del tiempo del productor y 15 minutos del mío.
Esto sería determinante si el trabajo de Amy fuera algo decente, pero no lo es. Hace pausas en los lugares equivocados. Junta palabras que deberían separarse. Su dominio de la sintaxis es irregular.
Escucharla leer en voz alta no es como oír a alguien que no sabe hablar inglés, sino más bien a alguien sin cerebro, o corazón, o sentido del humor. En efecto, su declamación es tan pobre que ni siquiera yo entiendo la columna cuando ella la lee y eso es mucho decir teniendo en cuenta que yo misma la escribí.
La curva de aprendizaje de Amy es muy empinada. Hace un par de años los robots de voz que había en el mercado sonaban como Stephen Hawkins. Cada día que pasa los algoritmos de aprendizaje de Amy le ayudan a mejorar. Su peculiar sincronización se va a arreglar. Su entonación mejorará. Será capaz de emitir emoción artificial y algunos chistes.
Pero Amy nunca podrá leer con comprensión. Nunca sabrá cuándo hacer una pausa y cuándo adoptar un tono de burla. Amy nunca será irónica. Seguirá equivocándose.
En esto último no está sola. Yo también cometo errores cuando leo. A veces hay ruido de fondo. A veces lo hago demasiado rápido o con demasiado énfasis. Pero dudo que nuestros oyentes traten nuestras equivocaciones de la misma forma.
Cuando un humano mete la pata el público entiende por qué. Con mucha frecuencia un error hace que nos sintamos más conectados con la persona que lo ha cometido. Pero cuando un robot se equivoca, no nos ponemos en su lugar y es más probable que perdamos fe en todo este asunto.
Al fin y al cabo, no estoy ofendida por Amy porque está a punto de robarse mi trabajo. Pero sí me desagrada que lea mis columnas de esa manera. Una vez que pasaron por ella, las veo como las cosas más impenetrables y sombrías que se han escrito.
Amy podría hacer un buen intento de leer el pronóstico del tiempo o los resultados del fútbol. Muy pronto será lo suficientemente buena para leer cualquier tema previsible. Pero ése es exactamente el sentido de una buena columna. Si es previsible, no es lo suficientemente buena.
