Estos son tiempos difíciles para la mayoría de los políticos poderosos de Europa. Mientras la crisis de la eurozona vuelve a recalentarse, la canciller alemana Angela Merkel, parece estar perdiendo amigos e influencia tanto en su país como en el extranjero.
En la cumbre del Grupo de los Ocho, de la que fue anfitrión el presidente Barack Obama en Camp David el mes pasado, y otra vez en el encuentro informal de la Unión Europea en Bruselas hace dos semanas, se la vio sola a la mujer que ha dominado el debate sobre el futuro del euro.
Merkel aislada, decían los titulares. Las fotos reflejaba lo mismo. Mientras se preparaban para la foto familiar del G-8, Obama prestaba más atención en el nuevo presidente de Francia François Hollande a su derecha, que a Merkel, su ex aliada en el manejo de la crisis financiera global, a su izquierda.
Si bien la química entre ellos nunca funcionó realmente, la canciller extraña a Nicolas Sarkozy, el ex primer mandatario francés. En el calor de la crisis de la eurozona, su doble actuación recibió el nombre de Merkozy, si bien en realidad estaba dominada por la canciller germana.
A medida que se acaba el tiempo para detener el contagio en los mercados financieros de Europa, ella debe encontrar un modus vivendi con Hollande. Ambos son pragmáticos, pero él es socialista y ella demócrata cristiana de centroderecha. Él quiere impulsar el crecimiento económico; ella insiste en que primero hay que reducir el endeudamiento. La sensación en Berlín es que ambos trabajarán bien juntos, pero quizás les lleve tiempo adaptarse.
En Alemania, la canciller se esfuerza por infundir nueva vida en su fraccionado gobierno de coalición, después de sufrir el mes pasado una dolorosa derrota política en el estado federal más grande, North Rhine-Westphalia. Despidió al hombre considerado el responsable, su gran aliado y ministro de medio ambiente Norbert Röttgen que era el líder del partido en North Rhine-Westphalia. Pero su Unión Demócrata Cristiana cayó varios puntos en las encuestas.
Justo en el mismo momento en que ella necesita todo el apoyo posible para estabilizar el euro y rescatar a sus endeudados socios del sur de Europa, su reputación de líder perspicaz e imperturbable está siendo cuestionada.
Ella, precavida y reacia al riesgo, parece estar constantemente protegiendo su espalda de la amenaza de un contragolpe euroescéptico en su país que todavía no se ha materializado.
Eso deja a sus socios con temor a que si bien son correctos sus instintos de hacer lo que sea necesario para salvar el euro, ella repetidas veces actuó demasiado tarde para evitar que el contagio se extienda por la eurozona, dejando las decisiones para última hora.
Mientras el resto de Europa espera con temor el resultado de las elecciones en Grecia el 17 de junio (para ver si los votantes desechan el plan de rescate negociado por el último gobierno), España se ve golpeada por el contagio de incertidumbre, con los spreads de tasa de interés sobre su deuda que han alcanzado nuevos récords.
Sin embargo, en las última semanas hubo prácticamente silencio de radio desde la cancillería y los altos funcionarios del gobierno alemán. No creo que sea buena idea que circulen especulaciones mientras es difícil la situación en los mercados financieros y en Grecia mismo, señaló esta semana Wolfgang Schäuble, el poderoso ministro de finanzas de Merkel. Grecia debe decidir por si misma, continuó. En cuanto a Madrid, aseveró: Los españoles están haciendo bien las cosas.
Por lo tanto, mientras los inversores buscan señales urgentes que indiquen que Alemania y sus socios cuentan con un plan para manejar la crisis, Schäuble y Merkel se sienten mucho más cómodos hablando sobre soluciones de mediano plazo.
