Hasta los fanáticos del deporte lo llaman "fútbol máximo": Quedan tantos territorios por conquistar, tantos ingresos adicionales por generar. Por razones que incluyen los derechos humanos y el clima, las próximas Copas Mundiales, la de Rusia que comienza el próximo mes, y la de Qatar, programada para 2022, carecen del brillo de los campeonatos previos.
Gianni Infantino tiene la tarea de revertir este pesimismo. El presidente de la FIFA, el organismo rector de fútbol mundial, ha propuesto la creación de dos nuevos y lucrativos torneos. Una liga competitiva de naciones reemplazaría a los partidos amistosos internacionales, mientras que una Copa Mundial de Clubes cuatrienal enfrentaría a los mejores equipos de todo el mundo.
Los atractivos son evidentes. Los hinchas tendrán acceso a más partidos importantes. A los jugadores se les prometerá un calendario que no es más agotador que el actual. Los clubes, selecciones nacionales, federaciones regionales e incluso organizaciones de base podrían beneficiarse porque surgirán patrocinadores y emisoras. Infantino afirma que un consorcio de inversores que no fueron dados a conocer está listo para poner u$s 25.000 millones en los nuevos eventos.
Sin embargo, los escépticos perciben que la iniciativa responde a un interés propio de la institución. Infantino heredó en 2016 una FIFA con muchos problemas. Debilitada por los altos honorarios legales y la pérdida de patrocinios después de escándalos de corrupción, la organización tuvo que reconstruir sus finanzas y su prestigio. Estos nuevos campeonatos, que serían manejados por la FIFA, son medios para lograr ese fin. En principio, no tiene nada de malo.
Aun así, los nuevos planes padecen de lo que la Uefa, que maneja el fútbol en Europa, llama "planificación precipitada y falta de información concreta". La opacidad del consorcio es particularmente preocupante tan pronto después de los escándalos financieros que afectaron al predecesor y compatriota suizo de Infantino, Sepp Blatter. La lentitud con la que se le consultó a la Uefa y a otras organizaciones también invita a acusar a la FIFA de "expropiar terrenos".
La FIFA debería recordar que el fútbol no ha crecido debido a la conducción central. Los nuevos hinchas en África, Asia y América del Norte llevan las camisetas del Manchester United, Barcelona, Bayern Munich y otros súper clubes. Los jugadores que admiran se crían en las academias de los clubes y se pagan con los presupuestos de los clubes. Los entrenadores más aclamados dirigen clubes, no selecciones nacionales. El fútbol en los clubes ha impulsado el deporte y ha logrado prosperar sin mucha participación desde arriba. Si la mayor preocupación de la FIFA es el crecimiento del deporte, entonces no hay una crisis obvia que solucionar.
Nada de esto significa que la idea de Infantino sea mala. Si la financiación detrás de su proyecto resulta ser real y nada conflictiva, entonces los críticos deberían analizarlo con la mente abierta. Los partidos amistosos sin sentido son en realidad tristes interrupciones de la temporada de fútbol. Un torneo de clubes más global que la Uefa Champions League, que ahora es el nivel más alto del deporte, podría permitir que los equipos de América Latina y otros lugares se pongan al día con los dominantes clubes europeos.
Sin embargo, la FIFA tiene asuntos más urgentes que resolver. Tiene que decidir si la Copa del Mundo 2026 irá a Marruecos o a una oferta conjunta de América del Norte. Tiene que decidir si, y cómo, los árbitros asistentes de vídeo, una nueva y polémica manera de resolver las controversias en la cancha, deberían ser introducidos en un deporte que siempre ha sido conocido por su simplicidad. Sobre todo, debe continuar la "limpieza" de una organización que ha llamado la atención de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) de EE.UU. y las autoridades penales suizas. Infantino debe concentrar sus esfuerzos más cerca de su propia casa. La mayor amenaza para el fútbol no es la pérdida inverosímil del interés público, sino la pérdida de su propio buen nombre.
