
Donald Trump tiene cierta razón cuando se queja de los extranjeros que "nos estafan en el comercio. Hay países que hacen exactamente eso. Pero mientras el presidente estadounidense persigue el fantasma de los aranceles y acuerdos comerciales, la verdadera práctica inescrupulosa es la manipulación de divisas.
En las décadas de 1990 y 2000, numerosos países pero especialmente China mantuvieron deprimidas sus monedas para obtener un gran superávit comercial.
Esto se hizo a expensas de los déficits de EE.UU. y del Reino Unido. Las acciones de los manipuladores de divisas aceleraron el declive de los fabricantes occidentales y contribuyeron a la crisis financiera de 2008.
Algunos países aún manipulan sus monedas actualmente. Detenerlos sería una excelente forma de abordar los desequilibrios comerciales mundiales.
El hecho de que Trump lance una ronda de guerras arancelarias sin sentido es doblemente desafortunado, porque existe una oportunidad dorada para forjar una nueva alianza contra la manipulación de la moneda, y acabar con esta práctica para siempre.
Los antiguos manipuladores China y Japón ya no deprecian sus monedas. Sucede que los intereses fundamentales de estos gigantes del este de Asia cambiaron: ahora tienen más que perder de la manipulación monetaria que lo que podrían ganar por intervenciones propias. Es un momento oportuno para el cambio.
Según Joseph Gagnon y Tessa Morrison del Peterson Institute, siete países exportadores que no exportan recursos cumplieron con sus criterios para la intervención cambiaria entre 2015 y 2017: Suiza, Macao, Singapur, Hong Kong, Taiwán, Israel y Tailandia. Corea y Suecia intervinieron a niveles ligeramente inferiores a su punto límite. Brad Setser, del Consejo de Relaciones Exteriores, sugiere que Vietnam también debe estar en la lista.
La forma precisa de la intervención varía de un país a otro, pero el resultado es el mismo.
Algunos de estos países tienen superávits de cuenta corriente verdaderamente enormes. Según el FMI, Taiwán tenía un superávit del 14,5% del PBI en 2017. El superávit de Singapur era del 18,8%. En Tailandia era del 10,6%. Semejantes cifras son totalmente injustificadas y, de forma colectiva, estos países son importantes. Sus excedentes representan déficits para otros países.
Un país que ya no está en la lista de nadie es China. Durante la década de 2000, Beijing manipuló el renminbi a una escala épica, pero en 2015 estaba vendiendo reservas extranjeras para frenar las salidas de capital y sostener su moneda. El renminbi cayó este año conforme Trump aumenta las tarifas, pero la evidencia sugiere que eso se debe a las presiones del mercado, no a la intervención.
¿Podría China volver a recurrir a la manipulación de la moneda a gran escala en el futuro? Parece poco probable. China es ahora una poderosa potencia económica, demasiado grande como para implementar fácilmente un tipo de cambio fijo.
Hacerlo podría provocar una fuga de capitales; detener la fuga de capitales implicaría imponer nuevos controles de capital. La devaluación podría ser una forma tentadora de tomar represalias contra Trump, pero ya no beneficiaría a China a largo plazo.
La manipulación de divisas tampoco beneficia a Japón. Tokio a veces amenaza con debilitar el yen, pero sería mejor para el país renunciar por completo a esta medida. Como el acreedor más grande del mundo, con una población que envejece rápidamente, Japón tiene poco que ganar al abaratar de forma artificial sus exportaciones.
Tanto Japón como China aún tienen superávits por cuenta corriente. Pero si se abstienen de manipular la moneda, tienen pocas razones para tolerar esto mismo en otros países. Países como Vietnam y Tailandia compiten con las exportaciones existentes de China. Taiwán y Corea exportan productos que Japón fabrica actualmente y que China quiere fabricar en el futuro, como chips de memoria y pantallas planas.














