El vigésimo aniversario de la firma del Tratado de Maastricht pasó casi inadvertido el martes pasado, porque los gobiernos estaban preocupados por la crisis. Sin embargo, el pacto que puso los cimientos para la moneda única de Europa fue saludado por la canciller alemana Angela Merkel en un discurso ante estudiantes.
En un marco inusualmente apropiado rodeada por antigüedades griegas en el reconstruido Neues Museum del centro de Berlín esta dirigente habitualmente cauta dejó en claro cuál es su visión sobre la mejor manera de resolver la crisis en el largo plazo.
Mucho de lo que dijo sonó familiar: los países de la eurozona necesitan austeridad presupuestaria para reducir sus deudas y reformas estructurales para fortalecer su competitividad y el empleo. También deben restaurar la confianza en sus finanzas. Pero después, se concentró en la construcción de la Unión Europea. Sin duda, necesitamos más Europa, y no menos Europa. Por eso es necesario crear una unión política, algo que no se hizo cuando se lanzó el euro, declaró Merkel.
A continuación, sugirió que esta unión política sobre la que habrá muchas discusiones estará organizada en torno a los organismos existentes del bloque, pero con cambios: la Comisión Europea, el brazo ejecutivo con sede en Bruselas, actuaría con competencias que transferirían los estados miembro como un gobierno que dependerá de un Parlamento Europeo fuerte. El Consejo Europeo de jefes de Estado de los países funcionaría como una segunda cámara legislativa y el Tribunal de Justicia Europeo sería la más alta autoridad. Creemos que estaremos mejor si, paso a paso, estamos dispuestos a transferir áreas de competencia a Europa, agregó.
Henrik Enderlein, de la Escuela de Gobierno Hertie, de Berlín, comentó que esto es lo más federalista que se puede ser. La cuestión es saber si habla en serio. Ella es muy buena para la retórica. Pero sí tomo en serio que ella quiere avanzar hacia una unión política.
Esta visión federalista, en el sentido de un sistema de Estados que, rigiéndose cada uno por leyes propias, están sujetos en ciertos casos a las decisiones de un Gobierno central, puede causar alarma en Francia, el aliado más cercano de Alemania. Pese a que Merkel ha anunciado su intención de participar en la campaña por la reelección de Nicolas Sarkozy, el presidente francés no quiere que la Comisión se convierta en el gobierno de Europa. Lo que quiere París es que esa tarea quede en manos del Consejo Europeo, donde los estados nacionales tienen el poder supremo. Y es probable que los franceses no estén solos en su deseo.
La visión de Merkel implicaría un vuelco drástico en la distribución de poder entre Bruselas y los miembros. Hasta podría requerir un referéndum en la propia Alemania, que es algo que todos los cancilleres de posguerra han tratado de evitar.
Joachim Fritz-Vannahme, del programa Futuro de Europa, de la fundación Bertelsmann, opinó que la canciller sabe lo que tiene que hacer. Sabe que demandará tiempo y sabe que será muy controvertido.
