Fue en 2009, cuando se definió a Vaca Muerta como la formación de principal interés y potencial hidrocarburífero del país, que inició el desafío de desarrollar los recursos no convencionales en la Argentina. A partir de ahí, múltiples retos comenzaron a presentarse para los responsables de aportarle las capacidades operativas necesarias para que la explotación a lo largo de toda su vida útil sea llevada cabo de manera sostenible.

Con ese nivel de expectativa se fueron recibiendo las novedades, cada vez más frecuentes, acerca de los avances en el conocimiento del reservorio y de las nuevas tecnologías. Los datos son impactantes. Solo destacaremos que el país está segunda en el ránking mundial y tiene reservas no convencionales de gas como para 400 años, en tanto que está cuarta en petróleo con apenas unas décadas de reservas.

La irrupción de Vaca Muerta en nuestra vida cotidiana tiende a ir tomando centralidad, aun con la fuerte impronta que traen las renovables, ya que produjo una expansión de la frontera del petróleo y el gas, posponiendo su fin a punto tal que todo escenario energético futuro proyecta presencia mayoritaria de fósiles en la matriz, por lo menos por los próximos 35 años.

Esta oportunidad ya tiene de por sí una ascendencia cuestionada. La industria petrolera no ha sido la más amable con el ambiente; más bien todo lo contrario. Por eso, el desempeño de sus actores debe tener un nivel de seguridad e integridad tal de mantener en fila las amenazas que se yerguen. Las técnicas de producción, y los equipos, en los yacimientos no convencionales son costosas y las inversiones para su desarrollo, muy altas. Se requieren inversores, pero, fundamentalmente, de una dirección estratégica que controle los abusos de posición dominante y facilite un juego amplio.

Para ponerlo en marcha, desde 2009, YPF presupuestó entre u$s 29.000 y 35.000 millones distribuidos en 5 años consecutivos. Hasta ahora, se llevan invertidos unos u$s 10.000 millones, cuyo impacto en la economía nacional empezará a verse en 2020.

Si bien el proyecto tuvo avances y retrocesos, y recibió apoyos más o menos contundentes, lo cierto es que avanza. El bajo precio del crudo de los dos últimos años ha inducido a llevar el plan de inversiones en modo mínimo, pero sin pausa.

Para poder hacer esto sostenible se requiere que el diseño y la ejecución de las operaciones se hagan con los más altos estándares de seguridad y salud, y de responsabilidad ambiental y social. Además, tiene que ser rentable. Y decimos "además" porque, en algún contexto, bajo alguna estrambótica suposición, podría tolerarse que no sea rentable, o muy rentable, pero no que haga daño irreparable y sistemático.

¿Cómo compatibilizamos el futuro sostenible que alentamos, con la explotación del yacimiento fósil más importante del país, y uno de los más importantes del mundo, que también alentamos? Elevando la vista y mirando un poco más adelante. Todos queremos energías limpias, de fuentes renovables y diversas, que permitan mejorar la calidad de vida. Pero, resulta que eso que queremos también es costoso: se necesita gran cantidad de dinero para instalarlo y mantenerlo. Por otra parte, las energías alternativas en su etapa tecnológica actual no son capaces de sostener nuestra sociedad de consumo y no hay certezas de llegar a tiempo para reemplazar el agotamiento de los hidrocarburos.

El desarrollo energético nacional podría financiarse con Vaca Muerta. Es posible hacer una planificación tal que mantengamos como meta el autoabastecimiento de hidrocarburos, para evitar comprar en el exterior, generar excedentes para reservas e inversión, y direccionar los recursos para desarrollar las nuevas tecnologías.

El futuro de la energía son las renovables. Y el de los hidrocarburos, y fundamentalmente del gas natural, es la petroquímica, mediante la que se maximiza la valorización del recurso, produciendo desde plásticos y juguetes hasta alimentos y medicamentos.

Las generaciones futuras nos cuestionarán no solo por haber impactado el ambiente, sino que, para hacerlo, despilfarramos un recurso tan valioso y escaso, aprovechando durante muchos años solo su capacidad de suministrar calor o movimiento mediante su combustión en artefactos diseñados para quemar riquezas y calentar el mundo.