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Marina Aguiar fue diagnosticada con leucemia linfoblástica aguda a los 17 años, cuando apenas había comenzado sus estudios. El tratamiento fue duro: múltiples ciclos de quimioterapia, trasplante de médula y meses de incertidumbre vital.

Sin embargo, su historia dio un giro inspirador: no solo sobrevivió, sino que decidió estudiar medicina y hoy ejerce en el mismo hospital donde fue paciente, liderando equipos y contagiando esperanza.

De hecho, este año publicó su primer libro, El otro lado del pasillo, donde relata en primera persona su experiencia como paciente y médica. Su testimonio conmueve y sirve como guía para quienes transitan enfermedades graves y para los profesionales que los acompañan.

Su trayectoria, recogida en distintos medios de América latina, empezando por O'Globo de Brasil, conecta con el corazón de quienes han vivido lo mismo. Su labor se centra en el trasplante de médula ósea, y cada día acompaña por dentro a pacientes que, como ella, pelean por su vida. Ahora, Marina es un símbolo de resiliencia y vocación.

Del diagnóstico al doctorado en el mismo hospital

El misterio que encierra el título se resuelve con hechos concretos. Marina regresó al hospital como doctora en hematología justamente en la unidad donde combatió la leucemia.

Esta transición no fue fortuita: su experiencia personal la impulsó a especializarse en el área que la salvó, buscando no solo curar, sino también humanizar la atención. Su labor diaria combina empatía clínica y conocimiento profundo del proceso médico, lo que la convierte en referente para pacientes y colegas.

Su paso del otro lado de la camilla al del bisturí muestra que la medicina también puede curar corazones, no solo cuerpos.

De paciente a promotora de donaciones: su nuevo rol clave

Pero su impacto va más allá del trato directo. Marina ha lanzado campañas de registro de donantes de médula, organizando jornadas informativas y charlas en colegios y universidades. Gracias a estas iniciativas, muchas personas han conocido la importancia de la donación. De hecho, sus esfuerzos ya han permitido avanzar en la búsqueda de donantes compatibles para varios pacientes.

Su historia ha llegado a redes y televisión en Latinoamérica, donde su figura empodera a otros jóvenes que enfrentan diagnósticos similares. Marina no solo muestra que la superación existe, sino que se puede transformar en vocación y acción comunitaria.

Las enseñanzas que aporta a futuros médicos

Marina hace hincapié en la docencia basada en la experiencia. En su hospital, colabora con residentes aportando sesiones prácticas sobre cómo tratar a enfermos crónicos o graves desde la sensibilidad. Su consejo es claro: "No basta con saber la medicina; hay que saber compartir la historia del proceso, entender el miedo y la familia detrás de cada diagnóstico".

Este enfoque ha sido alabado por colegas, que la ven como catalizadora de una nueva forma de ejercer.

Un ejemplo de vida: la cura, el compromiso y el retorno

Hoy, a sus 36 años, Marina encarna un círculo completo: pasó de paciente terminal a doctora y defensora de la donación de médula. Trabaja en el hospital que fue testigo de su propia batalla. Su voz resuena con la autoridad de quien ha pasado por ambos lados del pasillo. Su mensaje no es solo personal: es un llamado a alinear la ciencia con la humanización en la medicina.

Para quienes se enfrentan a un diagnóstico grave, Marina demuestra que sí hay salida, que la adversidad puede abrir puertas a una misión vital. La medicina pierde con su ausencia, pero ganamos todos con su entrega.