

En 1799, un equipo de soldados franceses descubrió en Egipto un objeto que cambiaría la historia: la Piedra de Rosetta, inscrita con un texto que resultaría fundamental para descifrar los jeroglíficos egipcios. Esta piedra, originaria de la era del faraón Ptolomeo V, contenía tres versiones del mismo decreto en tres idiomas diferentes: jeroglíficos, escritura demótica y griego antiguo.
La clave para descifrar los jeroglíficos
El descubrimiento de la Piedra de Rosetta fue revolucionario porque permitió a los estudiosos, entre ellos Jean-François Champollion, comparar los tres idiomas y desentrañar el código de los jeroglíficos. Champollion fue el primero en demostrar que los jeroglíficos eran una escritura fonética, lo que significa que algunos símbolos representaban sonidos, mientras que otros eran ideogramas que representaban conceptos o palabras completas.

El proceso de desciframiento
El proceso no fue inmediato. Thomas Young, un científico británico, fue el primero en notar que ciertos signos jeroglíficos correspondían a nombres de reyes, como el de Ptolomeo. Sin embargo, sería Champollion quien, tras años de trabajo, lograría descifrar completamente el sistema jeroglífico en 1822. Su enfoque se basó en el uso del copto, un idioma derivado del egipcio antiguo que aún se conocía en su época.
Impacto de la Piedra Rosetta en la historia
Gracias a la Piedra de Rosetta, los historiadores y arqueólogos han podido leer los textos de templos, tumbas y monumentos egipcios, desentrañando los misterios de una civilización que floreció durante más de 3000 años. El conocimiento que aportó este desciframiento ha sido crucial para comprender mejor el Antiguo Egipto, sus costumbres, religión y gobernanza.

Este hallazgo no solo abrió las puertas al estudio profundo de una de las civilizaciones más antiguas, sino que también sentó las bases para el estudio de otros sistemas de escritura olvidados.
















