La economía no es una materia fácil para incluir en una campaña electoral. Los candidatos muchas veces no entienden cabalmente el alcance de los conceptos que intentan transmitir y a veces contribuyen más a confundir que a esclarecer. Los especialistas, a su vez, quedan atrapados en un dilema básico: si simplifican, sienten que traicionan su conocimiento, y si profundizan sobre una materia que el receptor de su mensaje no domina, pueden despertar rechazo en lugar de adhesión.

El problema central es que pese a estos factores, el debate sobre el tamaño del Estado, el empleo o la inflación, por mencionar algunos tópicos, no puede puede ser dejado de lado. En la Argentina la economía siempre mueve la aguja electoral.

Lo que no contribuye es un discusión que resigne la honestidad intelectual. Es lo que sucede cuando se critican los efectos de una devaluación pero sin reconocer los perjuicios del atraso cambiario. La escasez de dólares es de tal magnitud que si el BCRA continúa vendiendo u$s 150 millones todos los días, lo más probable es que en diciembre sus reservas netas sean negativas.

En la campaña el kirchnerismo y sus voceros comparan la mejor foto del modelo K, retocada por los cirujanos del Indec, con la peor foto posible de su adversario. Esa brecha no es real.

A Scioli le costaría mucho más que a Macri enderezar el escenario actual, porque no puede cuestionar la herencia. El dólar a $ 10 difícilmente le sirva para que entren más dólares al Banco Central. Es cierto que la devaluación tiene riesgos, pero el país que entrega Cristina no es el paraíso, sino un modelo que se quedó sin nafta. Eso es lo que hay que deberíamos discutir en profundidad.