La Argentina no solo tiene la tercera inflación más alta del mundo. Su errática historia económica, jalonada por más fracasos que éxitos, la volvió un caso de estudio entre académicos de todo el mundo, porque nos transformó en el país de las oportunidades perdidas.

Su comportamiento dispendioso muchas veces fue sostenido por la ilusión de que las buenas cosechas duran para siempre. Y que si la soja baja, en unos años florecerá Vaca Muerta. Sin buscarlo, esa abundancia de recursos se volvió contraproducente. Se pensó que se podía girar en descubierto sobre ese excedente salvador. Pero aún nos falta aceptar que el viento a favor en algún momento se vuelve viento en contra. Y tenemos que prepararnos para ese momento. Los ciclos son así: nos obligan a no depender de terceros.

Las crisis son, por definición, un terreno en el que pueden crecer oportunidades. Estrellarse contra una pared (o tropezar con la piedra de siempre) es un factor que hace tomar conciencia de que debemos actuar de manera más prudente y racional. Pero a la vez nos inyecta un sentimiento de invulnerabilidad, porque tantos mecanismos de autodefensa gestados al calor de devaluaciones, saltos inflacionarios y abruptas caídas del PBI, transmiten la sensación de que el que zafó de una puede sobrevivir a todas. Después de un tiempo, cuando el temor se diluye, volvemos a acelerar en las curvas y la historia se repite como una calesita, con la ilusión de que alguien nos financiará otra vez.

El 2019 tuvo su cuota de crisis y tiene ahora su cuota de oportunidad. Si se convalida el resultado de las PASO, Alberto Fernández tendrá la chance de darle al peronismo la imagen de ser un partido que aprende de sus errores. "Volveremos para ser mejores", suele decir el candidato. Como a Macri, a él también le tocará sortear una herencia, con otras complejidades y desafíos. La economía viene sacudida por un problema de financiamiento que forzó la adopción de controles cambiarios y una renegociación de toda la deuda. Sanear al Estado, descomprimir la crítica situación social (marcada por el alto nivel de pobreza e indigencia) y reanimar al aparato productivo requerirá decisiones duras, necesarias para que el próximo gobierno pueda recuperar la confianza y salir así del estado de parálisis.

El rumbo de Macri se empezó a torcer en 2017, cuando su gestión debió subordinarse a un objetivo político: ganar la elección de medio término. La combinación de endeudamiento y dólar barato, con tasas de interés extremadamente positivas para contener la inflación, fue letal. Cuando el mundo giró y la sequía profundizó los problemas, no había red.

El próximo gobierno debe aprender esa lección y no trabajar para 2021. Definir acuerdos sociales para sobrellevar la etapa más dura será esencial. Sostenerlos en el tiempo para que la solución sea perdurable, también.