El mundo empresario mira con moderado entusiasmo el ímpetu negociador que adquirió la gestión libertaria y aguarda con expectativa que todo el despliegue que viene mostrando Diego Santilli empiece a transformarse en hechos. Sin embargo, algunos dirigentes no pueden evitar preguntarse qué hubiera pasado si el oficialismo mantenía esta vocación en los meses previos al 26-O. ¿Una actitud menos hostil hacia los reclamos de los jefes provinciales hubiese ayudado a restarle tensión a la economía? Aunque el pensamiento contrafáctico es más propio de los historiadores, tomarse un tiempo para analizar “qué hubiera pasado si” se elegía otro camino puede ayudar a entender lo que viene. A los inversores les interesa entender por qué hoy, ante un mismo reclamo, el Gobierno puede dar una respuesta distinta a las negativas que ofreció meses atrás. Volvamos a mitad de año. Después de la victoria que LLA obtiene en el distrito porteño, en junio Milei y Luis Caputo salen bien parados de la primera revisión del acuerdo con el FMI, que pondera el cumplimiento de la meta fiscal, relaja el objetivo de acumulación de reservas y le da luz verde a decisiones monetarias para contener la inflación. En lo político, el frente negociador que encarnaba Santiago Caputo queda relegado por la estrategia extrema de Karina Milei de no ceder candidaturas en el armado de las listas provinciales. En este escenario, el Presidente y el ministro de Economía estaban convencidos de que no había que ceder en dos objetivos: aflojar con las cuentas fiscales y contener al dólar como eje de la estrategia antiinflacionaria. En conversaciones con su entorno, Milei se justificaba con esta frase: “Pierden elecciones los gobiernos que devalúan, no los que suben la tasa de interés”. En las semanas siguientes el plan no funcionó como se esperaba: el oficialismo solo consiguió agrandar la lista de escépticos, críticos y enemigos. Perdió las elecciones bonaerenses con cuestionamientos a su baja sensibilidad social (jubilados, discapacitados, educación pública) y mantener la inflación “estable” en torno a 2% no le aportó rédito político. Lo que en un principio era un objetivo superior, al punto de justificar un apretón monetario sin precedentes, perdió valor. En el análisis contrafáctico hay que anotar un dato que no estaba previsto: la incertidumbre ayudó. Activó la asistencia de EE.UU. y le permitió al oficialismo dar un volantazo en la campaña. El temor a una crisis de mayor envergadura terminó siendo un factor relevante en el respaldo que logró Milei el 26-0. Con todos estos antecedentes, lo que denota el actual cambio de actitud oficial es que la defensa a ultranza del superávit ya no será el argumento que bloqueará los acuerdos. Ahora la ecuación política pide “equilibrio” fiscal. Con mostrar déficit financiero cercano a cero será suficiente. El FMI es exigente, pero no extremista. Al staff también le importa que se plasmen las reformas pendientes (ya eran un compromiso en junio pasado). EE.UU. pide previsibilidad para sus inversores y un costo argentino razonable. Para Milei adaptarse a este consenso no es un problema. Por el contrario, su lado pragmático proclama más leyes y menos vetos. La única prioridad será el Presupuesto. Para las demás, el orden de los factores no alterará el producto.