En un reciente discurso en el National War College de Washington, Pete Hegseth, secretario de Guerra (ex Defensa) de EE.UU. aseguró: “Estamos viviendo un momento como el de 1939 o, esperemos, como el de 1981. Un momento de creciente urgencia. Los enemigos se están reuniendo, las amenazas se intensifican. Ustedes lo sienten, yo lo siento”. Dichas palabras, pronunciadas ante el complejo militar-industrial de su país, fueron resonantes para todo el sistema internacional.

En la actualidad, las amenazas inminentes se mezclan con algunas febriles sobrerreacciones atizadas por la inmediatez de las redes sociales, aunque en el comportamiento estructural sigue imperando un principio sociológico clásico: si las situaciones son definidas como reales por las personas, estas son reales en sus consecuencias.

La proliferación de tensiones y conflictos de carácter geopolítico ha dado paso a un aumento del 40% en el gasto militar mundial en los últimos cinco años. Mientras tanto, el accionar unilateral respaldado por el imperio de la fuerza impone una lógica de interacción disociada del espejismo de la diplomacia multilateral que EE.UU., como potencia dominante, supo impulsar tras el colapso de la Unión Soviética en los años ’90.

Nada de ello le es ajeno a la Argentina en particular, que ensaya una nueva inserción en el sistema internacional, ni al Atlántico Sur en general, que ha visto cambiar su papel en el concierto mundial a partir de una atención estadounidense multiplicada. Los hechos recientes nos hacen posar la mirada sobre el inédito despliegue militar que la administración de Donald Trump dispuso sobre el Mar Caribe, en un esfuerzo que es retratado oficialmente como parte de un ímpetu renovado en la lucha contra el narcotráfico y el tráfico de personas.

Foto: Archivo.

En el fondo, entre demostraciones de fuerza concretas y operaciones psicológicas de todo tipo, lo que parece haber es una apuesta por rediseñar los incentivos que reúnen a diversos actores en pos de la continuidad en el poder de la dictadura de Nicolás Maduro.

Asentado sobre un orden patrimonialista y criminal, el régimen chavista se ha sostenido sobre la base de una coalición interna relativamente estable. Compuesta por militares, actores paramilitares y de inteligencia, además de una red de empresarios amigos, todos ellos se mantienen unidos por la extracción de beneficios rentísticos en detrimento del Estado. Por otro lado, el apoyo externo de Cuba, Irán, Rusia y China ha gozado de buena salud, en un alineamiento de intereses y valores perdurable.

Los movimientos armamentísticos que se visualizan por parte de EE.UU. en el Caribe superan todo tipo de capacidad operativa usual. La disposición del portaaviones USS Gerald R. Ford (el mayor y más avanzado de la flota) se suma a destructores, bombarderos B-52, cazas F-35 y submarinos nucleares, con 12.000 tropas norteamericanas a las órdenes del Pentágono.

Sumado a esto, se conoció la entrada en vigencia de la designación del Cartel de los Soles como Organización Terrorista Extranjera, algo que busca aumentar la presión sobre las autoridades venezolanas que el Departamento de Estado estadounidense señala como involucradas en actividades de narcotráfico. Maduro aparece allí como la figura central de ese presunto esquema.

¿Cuáles serán los próximos pasos que Trump elegirá transitar con respecto a Venezuela? La presencia del jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, Dan Caine, en Puerto Rico, desde donde se hace base para las recientes operaciones dispuestas, ha disparado múltiples especulaciones. Los rumores proliferaron en el fin de semana ante las suspensiones de vuelos en territorio venezolano por parte de siete aerolíneas comerciales.

En las vísperas de decisiones que pueden generar impacto en toda la región, un estudio de D’Alessio IROL/Berensztein a nivel nacional nos otorga algunos trazos de lo que piensan los argentinos a propósito de esta escalada. En principio, la penetración del tema es elevada: un 91% manifiesta conocer el despliegue militar de EE.UU. Si bien los temas de política exterior suelen ser difusos para la recepción del público local, el tema de Venezuela ha estado presente en nuestro debate público desde hace más de una década, como reflejo de las disputas de política interna.

En este contexto, predominan las visiones que leen la llegada de portaaviones y buques militares como una demostración de fuerza hacia el mundo y como una preparación para una invasión a Venezuela. El filtro partidario en la mirada sobre cómo podría afectar a la potencia norteamericana una acción militar directa opera de manera categórica. Así, un 44% de los votantes de La Libertad Avanza (LLA) considera que le repercutirá positivamente, mientras que un 67% de los votantes de Fuerza Patria (FP) cree que lo golpeará negativamente.

De producirse un escenario de conflicto bélico, solo un 28% estima que no tendrá repercusiones en Argentina, aunque ese porcentaje aumenta hasta el 55% entre los seguidores libertarios. Sobre este telón de fondo, con una hipótesis de conflicto tan cercana, las polémicas que emergen en torno a la designación del teniente general Carlos Presti como nuevo ministro de Defensa argentino (el primer militar en asumir eso rol desde el retorno de la democracia) lucen anacrónicas. Es tiempo de plantear una jerarquización y un refuerzo de nuestras FF.AA., en el marco de una discusión honesta sobre una política de defensa consistente.

La importancia particular que Trump le asignó a la presencia en el Atlántico Sur se erige en medio de un frente interno que lo encuentra con un declive de su popularidad por una desaprobación ciudadana creciente hacia su política económica. Los próximos días serán muy relevantes para terminar de decodificar la complejidad de los acontecimientos y la inminencia de los riesgos que hoy lucen elevados.