Los Estados Unidos y China han desatado la mayor guerra comercial de la historia con consecuencias para la economía de ambos países y perspectivas que afectarán al comercio global. Por lo pronto, los analistas de Bloomberg han calculado que como consecuencia de este enfrentamiento, el Producto Bruto Interno de China, estimado en un 6,5% para este año, podría sufrir una desaceleración de dos décimas en 2019. Para el Peterson Institute for International Economics, China y EE.UU. no están negociando una solución sino profundizando diferencias. Esa es la sensación que surge de la Cumbre del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC) en Nueva Guinea, donde el cruce de acusaciones entre las dos principales potencias económicas del mundo mostró una estrategia de pleno combate. También el riesgo de que la disputa sea de largo aliento.

La APEC, que por primera vez en 25 años de historia no logró un documento de consenso, fue un sórdido reflejo de esa situación. El vicepresidente de EE.UU., recriminó a China el uso de la diplomacia de la chequera en alusión a la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, como instrumento para dominar naciones menos favorecidas a través de la inversión en infraestructura y de créditos blandos. Posiblemente el discurso de Mike Pence haya también estado dirigido a la que ocurre en África y en América Latina.

En este contexto, hay que tomar nota que las desavenencias entre Washington y Beijing son mucho más profundas que las que asoman en el terreno comercial. El disparador del déficit comercial pone sobre la mesa una variedad de cuestiones delicadas que incluye una intensa puja geopolítica por la hegemonía y el control de zonas geográficas de influencia como, entre otras, diferencias sobre el papel de la protección de la propiedad intelectual en un contexto mundial donde la ciencia y la tecnología se ha convertido en uno de los principales activos estratégicos.

La esperanza, para que el derrame de consecuencias negativas no se convierta en una aceleración de la inestabilidad y aumente la alteración en el sistema global, es que haya un armisticio. Una tregua entre Washington y Beijing debería ser el primer paso para intentar encontrar puntos de equilibrio. Es de esperar que la reunión entre Trump y Xi Jinping, al margen de las sesiones del G20 en Buenos Aires, abra esa perspectiva o, al menos, bases de buenas intenciones. También que el G20 evite escaladas de consecuencias globales económicas y políticas.

En este panorama, dos países de América Latina tienen la responsabilidad diplomática principal de promover a la moderación, reducir desencuentros e intentar mantener el statu quo del sistema multilateral. Argentina será el primero al presidir el G20, y Chile, el segundo, al tener ese papel en APEC en el 2019. Para ninguno de los dos será una acción diplomática fácil. Sin embargo, vale la pena el esfuerzo en aras de contribuir a un mundo más estable ya que, como señala un proverbio africano, cuando dos elefantes se pelean, sufre todo lo que los rodea y en particular el pasto que pisan.