En pleno 2025, transcurrido un cuarto del Siglo XXI, las mujeres que lideramos pequeñas y medianas empresas seguimos enfrentando un sistema financiero que, lejos de evolucionar, nos observa con lupa, desconfianza y exigencias extras. No importa cuánto facturemos, cuán profesional sea nuestra gestión o cuántas veces demostremos que cumplimos: para muchas entidades y organizaciones seguimos representando "riesgo".
Según un estudio de la Harvard Business School, los venture capital formulan preguntas muy distintas a los emprendedores según su género: a los hombres suelen consultarles sobre el potencial de crecimiento de sus empresas, mientras que a las mujeres les preguntan cómo evitarán pérdidas o riesgos.
Esta diferencia -que parece sutil- tiene un impacto directo en el financiamiento recibido. Esto genera que entre los emprendedores digitales en países en desarrollo, solo entre el 1% y 3% del financiamiento de venture capital llega a mujeres.
Si hablamos de financiamiento bancario, las cifras también son alarmantes: apenas el 36,5% de las empresarias logra acceder a créditos, con una tasa de rechazo del 42% para las mujeres y del 2,5% para los hombres, según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y del Banco Argentino de Desarrollo (BICE).
El problema no es de capacidad, visión o liderazgo. Es estructural. Son sesgos, barreras institucionales y modelos de negocio tradicionales que no contemplan nuestras realidades. El análisis crediticio en Argentina y en muchos países de la región necesita un cambio, una profunda transformación. Es momento de tener en cuenta en sus análisis, la resiliencia de las mujeres empresarias y emprendedoras; su lugar de producción y comercialización; y el tipo de negocio que llevan adelante.
Hay varios aspectos que necesitan un cambio:
- Criterios bancarios que no nos ven
Sesgos de género en el sistema financiero: las mujeres empresarias enfrentamos la problemática del acceso limitado a programas de financiamiento. Esto dificulta el crecimiento de nuestros negocios pymes. Los sesgos de género siguen siendo la principal barrera al momento de solicitar un crédito. Es por ello, que mostrar evidencia en primera persona rompe prejuicios. Los bancos deben saber que somo parte de este tejido productivo, que somos rentables, y que sabemos gestionar.
- Sin propiedades, pero con modelos sólidos
Falta de garantías reales: muchas mujeres no tenemos activos registrables a nuestro nombre, lo que dificulta ofrecer garantías tradicionales. ¿La solución? Transformar la planificación en aval: construir una carpeta profesional con proyecciones financieras claras, contratos vigentes y flujos de caja saludables. Existen fondos semilla, programas de respaldo y herramientas para que el modelo de negocio sea el activo más fuerte. Pero hay que presentarlo como tal.
- El tamaño no define el valor
Tamaño y antigüedad de las empresas: las empresas lideradas por mujeres suelen ser más jóvenes y pequeñas, lo que para los bancos equivale a más riesgo. Pero ser chica no es sinónimo de ser débil. Un camino posible: formar consorcios de exportación entre emprendedoras del mismo rubro, acceder de forma colectiva a financiamiento productivo, formalizar procesos y demostrar trazabilidad. El impacto compartido puede compensar la juventud empresarial.
- La información también es poder
Falta de información financiera: muchas veces no accedemos a los datos clave sobre líneas de crédito o programas disponibles. No hay comunicaciones que informen y promocionen las herramientas, hay que salir a buscarla. Las redes de mujeres empresarias fueron clave para mí: allí circulan alertas, capacitaciones y asesoramiento. Comprender cómo presentar un proyecto financieramente sólido es una ventaja competitiva real.
- Créditos pensados por y para otros
Productos financieros sin perspectiva de género: la mayoría de los productos financieros fueron diseñados bajo lógicas masculinas y tradicionales, sin contemplar nuestras dinámicas. ¿La respuesta? Cocrear. Participar activamente en mesas con bancos y organismos públicos para proponer soluciones reales: períodos de gracia más largos, validación de ingresos alternativos, plazos acordes a los ciclos de nuestros negocios. Nuestra voz puede moldear productos, si logramos estar donde se diseñan.
- El sistema financiero no inspira confianza
Desconfianza hacia las instituciones: muchas mujeres perciben el sistema como lejano, burocrático o diseñado para otros. Eso nos frena, incluso cuando podríamos calificar para un crédito. Mi consejo: formarse en finanzas básicas. No depender de un tercero para entender condiciones o negociar tasas. La confianza se construye con conocimiento y redes.
- Rentables, pero invisibles
Subestimación del potencial de las mujeres pymes: paradójicamente, las pymes lideradas por mujeres tienen mejor historial de cumplimiento, menor morosidad y retornos sostenidos. Pero aún así, el sistema financiero nos considera riesgosas. Como en muchos ámbitos, tenemos que demostrar el doble. Por eso, siempre recomiendo documentar resultados con indicadores duros, que muestren impacto social, generación de empleo y rentabilidad. Visibilizar nuestros éxitos no es vanidad: es estrategia.
Un sistema que no escucha pierde oportunidades
Hoy más que nunca, las mujeres pymes no sólo estamos pidiendo acceso al financiamiento: estamos mostrando que somos parte activa del desarrollo productivo nacional, que generamos empleo, innovamos y sostenemos comunidades.
El desafío no es solo nuestro: es urgente que tanto la banca como los actores clave del ecosistema económico comprendan que incluirnos financieramente no es una concesión, sino una inversión estratégica. La colaboración entre instituciones financieras, organismos internacionales y los estados debe enfocarse en ampliar la educación financiera, fortaleciendo la autoconfianza y el desarrollo económico de las mujeres.
Mientras tanto, desde cada empresa, red y mesa de negociación vamos a seguir empujando ese cambio.