A igual que hace dos semanas en el estadio La Bombonera, el mundo futbolístico conectado por la televisión, se aprestaba a presenciar el partido revancha de la llamada "superfinal" de la Copa Libertadores de América. El partido "del siglo" entre los dos más convocantes clubes de Argentina inundó de noticias a los portales y diarios a nivel internacional.
Llegado el día de la definición, esta vez fue una lluvia de piedras y gases lacrimógenos los que impidieron que el partido se jugara. En forma insólita, el ómnibus que trasladaba al plantel de Boca Juniors fue agredido brutalmente a pocas cuadras del estadio Monumental. Una vez conocida la lesión ocular del capitán boquense Pablo Pérez, a quien le detectaron una pérdida temporal de 4 sobre 10 en la visión de un ojo, se alteraron los ánimos de los protagonistas.
Las dudas ya habituales de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) fueron desgastando la paciencia de los 66 mil hinchas de River que esperaban la hora del partido (y de varios cientos de millones de televidentes globales). Mariano Elizondo, presidente de la Superliga Argentina había escrito en Clarín ese mismo día: "Fútbol argentino, nuestra gran vidriera", sosteniendo que River-Boca era considerado en Europa como "el clásico más importante del mundo". Pero la realidad le ganó otra vez a la ficción. Y horas después, un "pacto de caballeros" entre los presidentes de River (D´Onofrio) y Boca (Angelici) determinó la postergación del partido.
"Es intención de los presidentes que el día de mañana la FINAL sea llevada a cabo sin hechos de violencia, que sea disputada en igualdad de condiciones y que gane el fútbol argentino y sudamericano en una fiesta llevada a cabo en paz", señaló el comunicado. "No podemos permitir que 10 ó 15 inadaptados impidan a 66 mil hinchas ver esta final histórica" apuntó D´Onofrio. "Esto que pasó nos avergüenza como sociedad" sostuvo Angelici. Pero tras una noche convulsionada, este domingo al mediodía, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, se vio forzado a anunciar la postergación sin fecha del partido, con el fin de preservar la deportividad. Minutos antes, Boca había pedido la postergación y que se sancione a River, dado que su equipo no se hallaba en igualdad de condiciones para afrontar esta finalísima, reclamando la intervención del órgano disciplinario.
Mientras, el jefe de Gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, dijo en rueda de prensa: "La responsabilidad del operativo es de la policía de la ciudad. Hay algo con lo que es muy difícil luchar, que es la estupidez humana. Cuando vemos esas imágenes de una madre poniéndole unas bengalas a una chiquita que tendría cinco o seis años, o cuando vemos a energúmenos que solo fueron a tirar piedras, muestran que la estupidez humana que está muy presente alrededor del fútbol muchas veces no tienen límites". Y añadió que los incidentes se relacionan con la "mafia de las barras del fútbol argentino y con los allanamientos del día anterior".
En la previa, por orden de una Fiscalía de la Ciudad se incautaron 300 entradas y $ 7 millones en poder de los líderes de "Los Borrachos del Tablón", el grupo de violentos que anida en el estadio Monumental. Para Juan Tagliaferro, jefe de seguridad de Boca: "Estuvo organizada la agresión". Otros acusan a Gago y a Tévez por sus gestos visibles desde las ventanillas del micro. El Código Disciplinario de la Conmebol (Art. 8) señala la responsabilidad "de la seguridad y del orden tanto en el interior como en las inmediaciones del estadio, antes, durante y después del partido del cual sean anfitriones u organizadores".
Sin embargo, la confesión del Jefe de Gobierno porteño releva a River de una culpa grave. La Conmebol podría disponer que el partido se juegue a puertas cerradas o mudar la sede a otro estadio, con restricción de ingreso a los violentos. Lo ocurrido no es novedoso. Días pasados, en cancha de All Boys, barras acusados de integrar un grupo antisemita agredieron a los dirigentes de Atlanta tras el partido, con saldo de 17 policías heridos y varios patrulleros destrozados. Antes, el clásico rosarino debió jugarse a puertas cerradas en cancha de Arsenal de Sarandí, por la Copa Argentina.
No existen argumentos racionales que nos permitan presagiar el fin de la profunda grieta argentina. Ello es así porque en la dinámica social conviven dos grupos antagónicos que niegan la realidad. Uno conspira permanentemente contra la ley y el orden. El otro, tropieza varias veces con la misma piedra, reconociendo sus errores pero dando señales de impotencia. En el medio, una inmensa mayoría de ilusionados hinchas sienten una enorme decepción, que los marcará a fuego más allá de quién se lleve la Copa.