

En los debates económicos preelectorales, gravitan posturas que enfatizan el rol a cumplir por la inversión en el futuro. Esta se erige en prioridad, o, directamente, se alude a un golpe de inversión, y cosas por el estilo.
En sí, el criterio luce plausible. En general, la performance de la inversión vino debilitándose desde hace años, y es visible la diferencia con lo verificado durante el lapso 2003-07, afín a la matriz macro del dólar alto. Sobre todo a partir de 2010, cuando se confirmó el abandono de aquélla, el esquema alternativo basado en la unilateralización del enfoque del acelerador (el incentivo de la inversión apegado a la expansión del consumo), remató en una mezcla de cebamiento desencuadrado del consumo y de caída en el retraso cambiario real. Derivando en la instalación de la restricción externa y en serias trabas para la actividad, y, como rasgo significativo, en el aflojamiento inversor. Juega, entonces, una gestalt.
Justamente, esta gestalt, conectada a las matrices macro en danza, caracteriza resortes esenciales del curso inversor. Sin atenderlos, las intenciones inversoras, flotan en el aire. Por ejemplo, uno de aquéllos pasa por las señales de asignación dinámica de recursos orientadoras de la visual inversora. Aquí, la matriz de 2003-07, pivotaba sobre un set de precios relativos macro asociado al dólar competitivo, implicando también una cierta ordenación del desempeño de la inversión, las exportaciones y el consumo. La discrepancia con lo ocurrido a partir de 2010, es obvia (sin olvidar aspectos más específicos, como los relacionados con los subsidios).
Otro resorte clave, atañe al papel del ahorro. El modelo del cambio competitivo, junto con su estructura de precios relativos, conllevaba un elevado nivel de ahorro interno, bancando el esfuerzo de inversión en progreso. Asimismo, superávit externos comercial y corriente del 6 y 3% del PIB respectivamente, alentaban la posibilidad de una recurrencia meramente pragmática al ahorro externo. Naturalmente, el esquema de 2010, por su lado, sumaba a sus rasgos arriba mencionados, el amortiguamiento del ahorro interno.
O sea: se trata de determinar consecuentemente el orden de señales básicas en el ámbito de los recursos productivos para guiar la inversión (vgr., rentabilidad, direccionamiento), y el mecanismo que la banque o financie.
Resáltese que las aludidas posturas pro inversión, pese a que la reconocen, concluyen aceptando la instancia de severo retraso cambiario real de base vigente. Entrampan esa instancia en un enfoque de corrección minimalista, mezclado con toques de devaluación fiscal (mayor o menor baja de retenciones), con lo cual, el ya tenso frente fiscal viene a subvenir, de modo epidérmico y parcial, a la desahuciada competitividad cambiaria de base. Contrástese esta postura, con la de Confederaciones Rurales Argentinas, que, sin olvidar su proverbial pedido de reducción de retenciones, le antepone el reclamo de un dólar único y competitivo, algo que debería hacer pensar a muchos.
Anexa a las señales asignativas puntualizadas, en las definiciones de marras, se percibe una férvida inclinación hacia el apalancamiento masivo -¿shock?-en el ahorro externo, como respaldo crucial del desempeño inversor. La fórmula no sorprende. Es clara, de conocido linaje y ya ensayada: asociar el horizonte inversor al atraso cambiario (paliado con algunas aspirinas), calzando con el uso febril del ahorro externo (con riesgo cierto de desplazar al interno). Se añade que, dado ese contexto, sí, se irían realineando los precios relativos. ¿La carreta delante de los bueyes?.
Cabe preguntar por las secuencias del asunto en materia de configuración productiva, empleo y sustentabilidad, entre otros factores. De todos modos, recuérdese que el exitoso plan en curso para el manejo de la transición, también finca en la financiación externa y el atraso cambiario. Quizás se trata de trazar una continuidad, de cara a un período más extendido.













