De las 11 elecciones (provinciales y primaria nacional) que se realizaron en lo que va del año, en todas menos en una triunfó el oficialismo de cada distrito. La única excepción fue el comicio ya más lejano que se realizó a principios de este año, y en un caso que hasta podría calificarse como híbrido. Se trata de Catarmarca, en dónde se impuso Lucía Corpacci, la vicegobernadora, en un curioso rol de oposición al gobernador Brizuela del Moral.

Pero en el resto de las elecciones (Primaria Nacional, La Rioja, Neuquén, Misiones, Salta, Santa Fe, Chubut, Tierra del Fuego y Ciudad de Buenos Aires en primera y segunda vuelta) se verificó la nueva máxima electoral de la Argentina: gana quien gobierna.

Esta tendencia parece delinear un punto de inflexión con la historia política argentina contemporánea, previa a 2003, durante la cual el fuerte desgaste que padecían los gobiernos de turno llevaba un recambio continuo de nombres. Y en algunos casos de partidos.

¿Qué se modificó ahora? Entre otros aspectos, la economía. Ni más ni menos. Se experimentó un boom de exuberancia como nunca visto en la historia argentina.

Los argentinos no son la excepción a lo que ocurre en otras partes del mundo: votan con el bolsillo. Ingenuo sería esperar otra cosa en un sistema capitalista. El voto por el status quo volvió a ganar el domingo, tal como lo viene haciendo desde que comenzó el 2011 electoral en las provincias. El caso más revelador del nuevo paradigma tal vez sea el traspaso de votos de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires a Cristina Fernández en la nacional. Y con sólo 15 días de diferencia.

Primo cercano del voto cuota que benefició a Carlos Menem en 1995, el actual voto con el bolsillo tiene una lógica tan elemental como rotunda. Es hasta obvio y natural. Pero el riesgo que entraña es basar la elección en una inferencia totalmente lineal y a través de la cual se suele concluir que el boom económico de estos años obedece exclusivamente a aciertos del gobierno de turno (provincial y/o nacional). Ergo, el razonamiento lleva a suponer que cualquier cambio en el escenario imperante conspiraría contra la bonanza reinante. Pero la soja a precios récord, las tasas cero a nivel mundial, y el crecimiento de Brasil y China, por citar algunos ejemplos, son todos factores exógenos al modelo que matizan esta conclusión. Aunque no la invalidan.

¿Habría dejado de crecer la Argentina si durante estos años la hubiera gobernado otra persona o partido? ¿Habría crecido más? ¿Menos?

En estos cuatro (tal vez ocho) años, hubo sin dudas muchos aciertos en materia económica. También errores. Pero al fin y al cabo la economía es una ciencia social. A diferencia de las ciencias exactas o duras, no tenemos contrafáctico ni pruebas de laboratorio. Eso la hace tan impredecible y fascinante a la vez.