

Permítaseme empezar este artículo con una referencia al chiste lingüístico de la Presidenta . En su magnífico libro China, Henry Kissinger dice que "si alguien pregunta a un historiador sobre el inicio de los imperios Griego, Romano o Egipcio, le darán una fecha de comienzo y otra de finalización. Si hace la misma pregunta a un historiador chino, le dirá que el Imperio chino existió desde siempre". No por nada, China quiere decir Nación Central. Cabe entonces preguntarse cuan gracioso resultará a un dirigente chino que ha construido desde escombros la segunda potencia del planeta, escuchar una mofa sobre la pronunciación de su idioma principal.
Tal vez, además de cuestiones de carácter, el chiste de la Presidenta se deriva de otra cuestión: la carencia de una reflexión cuidadosa y estratégica acerca de las implicancias del rumbo que está intentando marcar para nuestra economía y sociedad con los acuerdos que ha firmado.
Dani Rodrik, brillante economista norteamericano, luego de estudiar 20 casos de desarrollo económico exitoso reciente, afirma con contundencia que ningún país ha tenido éxito sobre la base de una receta (ortodoxa o heterodoxa), sino sobre la claridad con la que definió su rumbo y lo llevó a cabo. Y ese rumbo tiene muchos componentes y herramientas; pero en la medida en que es claro, permite aprovechar de la globalización lo mejor y descartar lo dañino. Quienes se equivocaron y se encerraron o abrieron excesivamente, fracasaron.
China es a la vez una gran oportunidad y un problema. Una gran oportunidad por su infinito potencial de demanda y financiamiento. Un problema por su capacidad para barrer mercados con sus manufacturas; y para condicionar con su poder económico las decisiones de sus asociados. Como una suerte de canto de sirena, si no se sabe cómo negociar para aprovechar lo mejor y descartar lo peor, el naufragio puede ser inevitable, cuando ya sea tarde para virar.
Cabe entonces preguntarse en qué perspectiva estratégica de creación de empleo; matriz insumo, producto; ocupación del territorio; promoción del capital nacional; desarrollo de clusters productivos; desarrollo de capital humano y otras variables relevantes, se insertan los acuerdos firmados por la Presidenta. En mas de una década de gobierno K, sobre estos temas solo hemos oído generalidades, por lo que es poco probable que en esta ocasión tan importante haya surgido como por arte de magia un marco que parece no existir.
Tampoco hemos podido saber si en estos acuerdos se incorpora la dimensión regional. Para un gigante como China, es casi natural negociar de a uno con quienes necesitan de sus mercados y capitales. Pero, ¿es igualmente conveniente para nuestros países aceptar esa estrategia china? Hay discursos de Lula y Dilma que nos alertan sobre esta cuestión.
Los antecedentes cercanos no son alentadores. La compra de u$s 1700 millones de material ferroviario (incluyendo 200M de durmientes) no ha dejado localmente una gota de valor agregado local o transferencia de tecnología. Otra vez, la urgencia política desbordó al pensamiento de largo plazo, en un sector en el que la Argentina supo tener importante capacidad instalada. El hecho que entre los acuerdos firmados haya varios relacionados con emprendimientos de alta tecnología en el terreno nucleoeléctrico, autoriza a preguntarse si existe una planificación previa para maximizar en los mismos el desarrollo tecnológico local. Hoy día sería imposible firmar un acuerdo de inversión de ese tipo en el territorio de los Tigres asiáticos sin incluir seguridades de incorporación de tecnología para beneficio del país receptor de la inversión.
Por estas y otras razones es comprensible la preocupación de los empresarios, porque la mezcla de espontaneísmo y aislamiento convirtió a una oportunidad en un problema.
Uno de los grandes desafíos del próximo Gobierno consistirá en construir la visión compleja que defina adonde y como se quiere llegar, aprovechando la enseñanza de las experiencias exitosas que Rodrik analizó. Y no se trata de fórmulas rígidas que ahoguen la libertad y la creatividad del sector privado, sino del marco, los incentivos, las instituciones y herramientas para potenciarla. Es una cuestión de enorme complejidad, porque requiere pensar desde la generación de recursos humanos de diversas productividades; hasta la maximización del valor agregado agropecuario y la mejor utilización del territorio, con proyecciones de varias décadas. Y hacerlo en un diálogo franco con los empresarios, de todos los tamaños y sectores, que son los que han de multiplicar las posibilidades de inversión que son las que a la larga sostienen el éito.
Solo con esta visión clara es posible aprovechar las ventajas de la globalización y de los acuerdos estratégicos con países de la trascendencia de China.
Para terminar, permítaseme recordar una frase de Alicia en el País de la maravillas, que parece lamentablemente adecuada a estos tiempos: "A quien no sabe donde va, cualquier camino le viene bien".










