Bajo la presidencia de Francia en el G-20, Sarkozy propuso como uno de los tres ejes de debate la suba en la volatilidad y los precios de los alimentos. Más allá de que este punto no cuenta con el consenso de otros miembros del G20, el aumento del precio de los alimentos es un problema real. El reporte sobre la situación alimenticia mundial de la FAO, y las revueltas sociales en el Norte de frica son el mejor ejemplo de ello. Sin embargo las causas y las soluciones que se proponen merecen ser revisadas.
Tanto en la actualidad, como en el pico anterior de precios de los alimentos del 2008, se puso énfasis en el costo de los mismos, cuando lo preocupante es que todavía existan en el mundo personas con ingresos tan bajos que no puedan afrontar este tipo de subas, al punto de correr el riesgo de morir de hambre.
La suba en el nivel de precios tiene por detrás elementos reales que son inocultables: el desafío de alimentar a una población creciente en cantidad y en ingreso per cápita en los países emergentes, y el de producir al mismo tiempo combustibles que no sean tan agresivos con el medio ambiente, en el marco de una producción de alimentos que se encuentra ya en sus máximos.
Por este escenario, además operadores especulativos que vieron venir este problema realizaron compras y anticiparon el problema, pero no son la causa del mismo, sino un reflejo. Si la baja oferta en función de la creciente demanda no convalidara estos precios, las pérdidas en las que incurrirían los especuladores al equivocar el pronóstico, los haría desaparecer rápidamente. Lo mismo ocurriría con los inversores que compran futuros de granos para buscar refugio ante la incertidumbre financiera.
Sin embargo, si se obligara a los especuladores y a los inversores financieros a vender la gran cantidad de contratos comprados que mantienen, los precios caerían rápidamente, como pasó en el 2008, cuando por la corrida financiera tuvieron que reducir sus carteras. Sin embargo, como también sucedió luego, a fines de 2009 y 2010, una vez purgada la posición comprada de fondos, la realidad de una demanda que excede a la oferta, haría subir nuevamente los precios.
La solución a los precios altos, son los precios altos, sólo que se necesita tiempo para que la misma llegue. Los precios altos deberían incentivar la producción y reducir el consumo. Sin embargo en la producción hay decisiones de corto plazo que se pueden tomar, como agregar tierras marginales a la producción, pero sólo se pueden sostener mientras los precios altos perduren. También es cierto que los precios altos reducen el consumo, pero no de todos en forma proporcional, sino drásticamente en los más pobres y marginalmente en los más ricos, generando los problemas que la FAO denuncia.
La solución de fondo sólo se logrará cuando la rentabilidad que genera la producción de granos lleve a una mayor inversión en tecnología y capital humano, incrementando el rendimiento y permitiendo una expansión de la capacidad productiva, logrando mayores rindes con los mismos recursos.
Para lograr esto se necesita tiempo y reglas de juego claras. En ese sentido, obligar a ciertos actores a vender sus posiciones en los mercados de futuro, o someterlos a leyes que no existían cuando tomaron las posiciones no ayudará.
Podría argumentarse que en el largo plazo, muchos no podrán subsistir sin alimentos, y es cierto. Por ello será necesario que los países más desarrollados ayuden a los que están pasando por esta circunstancia.
Pero incluso si se lograra salvar el problema del corto plazo con subsidios de países ricos a pobres, y luego las inversiones fructificaran, eventualmente un nuevo salto de demanda podría devolvernos al mismo problema.
La real situación no pasa por bajar los precios, ni por un mayor rinde productivo, sino por lograr un desarrollo equitativo en todos los países del mundo, que permita aún a los más pobres costear los bienes y servicios básicos para una vida saludable en este tipo de situaciones. De esto es de lo que debería ocuparse el G-20.