Pobreza de planes, la triste realidad de la Argentina

Argentina alguna vez fue un país rico y su pobreza era baja en comparación con los países menos desarrollados, y con todos los vecinos de la región. Pero en las últimas cuatro décadas la pobreza en el mundo y en la región se redujo sistemáticamente y Argentina fue desandando ese camino. No es de este año, ni es por la pandemia, ni es culpa de un gobierno, es una sumatoria de problemas económicos que lleva décadas.

En los últimos 30 años la pobreza promedio fue de más del 35%, es decir, afectó a por lo menos uno de cada tres argentinos. Hoy la pobreza alcanza el 47%, todavía muy por debajo de los más de 60% de 2002, pero comparable con países con los que no nos gustaría compararnos. Además, la indigencia alcanza a 1 de cada 8 argentinos, que con sus ingresos no les alcanza para comer. En el último año se sumaron 2 millones de nuevos indigentes y 5 millones de nuevos pobres, pero al menos podemos confiar en los números oficiales para hacer un buen diagnóstico de la situación y no hace falta analizar estimaciones privadas como desde 2007 hasta 2015.

Una parte de los nuevos pobres pueden salir pronto, si la economía se recupera y la inflación baja, aunque las expectativas no son buenas en ese sentido. Pero lo más preocupante es la pobreza estructural y en especial la de los niños. Un niño mal alimentado y con mala o nula educación formal luego tendrá muchas dificultades para salir de la pobreza en su vida adulta.

El problema es que para reducir la pobreza se necesitan políticas de Estado, planes de largo plazo que no se borren de un plumazo con el próximo cambio de gobierno, políticas en línea con los países exitosos y para eso hacen falta consensos amplios entre todas las fuerzas políticas. Decir que se necesita crecer por décadas sin crisis y que hace falta una inflación baja y estable es una verdad de Perogrullo, porque obviamente son requisitos, pero lo que realmente hace falta son las condiciones para lograr esa estabilidad macroeconómica que resulte en crecimiento sin inflación.

El primer requisito es entonces, el equilibrio fiscal de largo plazo. Sin equilibrio fiscal seguirá habiendo crisis financieras, default de la deuda o inflación muy alta. Es cierto que en el corto plazo la ayuda social reduce el impacto de la pobreza, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana. La ayuda social necesaria debe tener un plan de salida, mejores incentivos y un cierre de las cuentas fiscales, sino no es una solución.

El segundo requisito es que la salida de la pobreza sea a través del empleo privado de calidad, para lo que se requieren instituciones laborales acordes con lo que hoy se llama "el futuro del trabajo". No se va a lograr una salida con empleo genuino con los costos y las instituciones laborales del siglo pasado. Y la ley de teletrabajo que aprobó el Congreso este año no es un paso en el buen sentido.

Finalmente, lo más importante para disminuir significativamente la pobreza estructural es una buena alimentación, salud (cloacas, agua potable, entre otras necesidades básicas, además de hospitales) y educación de calidad, sobre todo en los niveles iniciales. En este caso los más vulnerables son los que más necesitan urgentemente volver a las aulas, sino la pandemia terminará afectando a la pobreza estructural y no solo a la coyuntural.

Es hora de que la dirigencia deje las diferencias de lado, al menos en este tema, porque la solución de fondo requiere de planes de largo plazo y llevará décadas. Nada de todo esto se consigue de la noche a la mañana y sin consensos que trasciendan a los gobiernos.

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