En medio de la calle, decenas de hindúes desfilan de un templo a otro con ofrendas, plumas y ganchos metálicos hundidos en la piel. Arriba, colgadas entre las casas coloniales, las lámparas rojas de papel y las luces de colores anuncian que muy pronto comenzará el nuevo año lunar chino. En todas las cuadras del casco histórico, los vendedores de noodles (fideos finos), teh tarik (té con leche), roti canai (panqueques con curry) y cendol (postre helado) se refugian del sol en sus puestitos. Más lejos, en alguna esquina oculta por un toldo, una mujer china prende un incienso y lee el futuro de un indio en las cartas. En la entrada de una casa alguien dejó olvidadas dos tazas de té a pocos metros de un pequeño altar con ofrendas de frutas y flores.

Y, envolviéndolo todo, el canto de las mezquitas anuncia a los musulmanes que es hora de rezar. Pulau Pinang -literalmente, isla de las nueces de areca- tiene 860 mil habitantes y una superficie un tercio más grande que la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, esta pequeña isla ubicada en el estrecho de Malaca contiene todos los ingredientes necesarios para ser uno de los lugares más multiculturales de Asia. Allí conviven una comunidad malaya-musulmana y una china-malaya igual de grandes (entre ambas, conforman el 85 por ciento de la población), una minoría india y miles de expatriados europeos, asiáticos y americanos.

Penang es uno de los pocos lugares del mundo donde se puede encontrar una iglesia, una mezquita, un templo hindú y uno chino budista en una misma calle. Durante el pasado colonial británico, en Penang convivieron también birmanos, filipinos, siameses, japoneses, árabes, armenios, judíos y alemanes. Si bien muchas de estas comunidades ya se desintegraron, todas dejaron su huella: es posible encontrar templos budistas birmanos y tailandeses, un cementerio judío, un barrio armenio, mezquitas bengalíes y templos sikh. Esta mezcla se completa con los edificios modernos de las zonas residenciales, un casco histórico que fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en virtud de su riqueza cultural y arquitectónica, extensas aldeas de pescadores que viven en contacto con la naturaleza y un clima tropical que permite cultivar las frutas más dulces y las especias más exóticas del planeta.

Rojak cultural de desayuno

Penang es considerado el paraíso gastronómico de Malasia. La isla tiene una de las culturas de comida callejera más fuertes del sudeste asiático y es un lugar donde parece haber más puestos de bocados al paso que viviendas y más vendedores ambulantes que peatones. En un destino donde la actividad social más extendida es comer, será imposible no tentarse. Claro que las opciones son más de las que se puedan probar en una vida. Pero el encanto no está solamente en los ingredientes o en la forma de cocinarlos: el secreto está en la mezcla.

Y es el desayuno la muestra más acabada. Porque un breakfast en Penang es una clase avanzada acerca de la fusión de culturas, etnias, razas y religiones que da personalidad a esta isla en la costa noroeste de Malasia. Una de las opciones más rápidas, frescas y baratas es el roti canai (pronunciado chanai) que se prepara en todos los restaurantes y puestos callejeros. Se trata de un panqueque salado que se cocina sobre una superficie plana con aceite, se acompaña con dal (curry de lentejas o de carne) y se come al estilo de la India: con la mano derecha.

Otra opción es el rojak, que en malayo significa mezcla: un bol lleno de frutas, miel, frituras y mango verde, cubierto por una salsa a base de azúcar, ají, belacan (pasta de camarón) y jugo de lima, con unas pizcas de maní y jengibre. ¿Para acompañar? Teh masala (té de especias) para familiarizarse aún más con los sabores del subcontinente indio. Los kopitiam -literalmente, cafeterías- compiten con los mamak stalls a la hora del desayuno. En estos puestos de comida china-malaya se sirve roti bakar (pan asado) con distintos tipos de kopi (café).

El pan se tuesta en el horno con carbón, se sirve untado con manteca y kaya (mermelada a base de coco y huevos) y se acompaña con dos huevos a medio hervir. En tanto, el desayuno malayo halal (con ingredientes aprobados para ser consumidos por los musulmanes) clásico es el nasi lemak: arroz cocinado en leche de coco, acompañado con anchoas, curry y un huevo duro y envuelto en una hoja de planta de banana. Entre quienes prefieren los noodles, una de las variantes más elegidas por la mañana es el curry mee: sopa de curry con noodles, carne, huevo y salsa de ají. Un poco menos picante es el rice noodle soup, fideos de arroz en una sopa con albóndigas de pescado. Y, para un clásico desayuno chino, el dim sum: pequeños bollos rellenos de pescado, carne, vegetales, mariscos y frutas, cocinados al vapor y acompañados con té chino.

Para comprender la cultura de comida callejera de Penang hay que conocer su historia. Los primeros inmigrantes chinos e indios y los pequeños comerciantes que llegaron a la isla hace 250 años descubrieron que una de las maneras más fáciles y rentables de sobrevivir era vender comida. Así nacieron los vendedores ambulantes: algunos iban de casa en casa cargando los ingredientes y utensilios necesarios en canastas sobre la cabeza y otros los llevaban en receptáculos integrados a sus bicicletas, triciclos y, más tarde, motocicletas. Rápidamente se convirtieron en parte inseparable del paisaje y de la rutina de los habitantes.

Para los locales, las horas estaban marcadas por los vendedores: a las 9 de la mañana pasaba el cocinero indio ofreciendo kuih (tortas o dulces), a las 12 se aproximaba el vendedor de laksa (sopa picante de noodles), seguido más tarde por el ciclista que ofrecía wantan mee y por el hombre que cocinaba yong tau foo (sopa de noodles, vegetales y tofú) en su carrito. Con el paso del tiempo, los comedores móviles quedaron frenados de manera permanente en alguna esquina. No hubo segregación por comunidad: en Penang, los kopitiam, los mamak stalls, los puestos halal y las casas de té chino comparten el mismo barrio, la misma cuadra, el mismo pasaje angosto, la misma vereda, el mismo patio de comidas.

El plato fuerte: Georgetown

Si no fuese por los autos y colectivos, caminar por Georgetown -la capital histórica de Penang, hoy Patrimonio de la Humanidad- sería como pasear por la Asia de hace dos siglos. A veces acelerada y a veces desierta, es un lugar donde se escucha el sonido de la comida cayendo sobre el aceite caliente, donde se oyen la música y las conversaciones que salen de las casas y se siente el aroma de los inciensos que se escapa de los templos. Es una ciudad donde se hablan por lo menos cinco idiomas (malayo, inglés, mandarín, hokkien y tamil) y donde conviven comunidades que provienen de las civilizaciones más antiguas de Asia y fieles de las mayores religiones del mundo. Georgetown (y Penang) tal vez deban agradecer su presente a la ubicación geográfica en la que nacieron: la isla está ubicada en uno de los estrechos de mayor importancia comercial del mundo.

La historia moderna de Penang empezó en 1786, cuando el sultán de Kedah firmó un tratado y cedió la isla a la Compañía Británica de las Indias Orientales a cambio de protección militar contra Siam, la actual Tailandia. El capitán Francis Light la renombró Isla del Príncipe de Gales y fundó la ciudad fortificada de Georgetown, también en honor a Su Alteza. La isla se convirtió en el primer asentamiento británico en el estrecho de Malaca (junto con, más tarde, Singapur y Malaca) y, gracias a su ambiente liberal y estatus de puerto libre, rápidamente atrajo a colonos y comerciantes.

A mediados del siglo XIX, Penang se convirtió en una de las piezas fundamentales del comercio de opio chino. La isla estaba controlada por sociedades secretas y era un lugar marginal, peligroso, de burdeles, lúmpenes y casas de apuestas. En 1867, tras el enfrentamiento violento entre dos clanes chinos, las autoridades británicas establecieron una fuerza policial permanente en la colonia. En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, la isla fue bombardeada y tomada por el ejército japonés: los cuatro años subsiguientes fueron de racionamiento y terror. Sin embargo, la cultura local, en vez de desaparecer, se fortaleció. En 1957, Georgetown ganó el estatus de ciudad y Malasia, su independencia. Así, Penang pasó a ser un importante centro de industrias de alta tecnología y un destino turístico popular.

Georgetown, ciudad de 300 mil habitantes, es contradictoria y atrapante. Si bien el espacio público y la vida callejera aún son de suma importancia para la gente local, en la megaurbe no hay veredas. Las casas y negocios están dispuestos sobre la calle sin un espacio que los separe de los vehículos más que las cloacas abiertas que enmarcan las manzanas. No hay que dejarse engañar: si bien las calles del casco histórico intentan seguir una línea recta, muchas se enredan y terminan en algún callejón sin salida. Las viviendas no superan los dos pisos: muchas fueron restauradas y otras sobreviven como pueden al paso del tiempo, despintadas, con las ventanas rotas, pero con un charme colonial irresistible.

La vida callejera empieza temprano: antes de que salga el sol, los mercados matutinos ocupan los bordes de las calles y preparan sus puestos de venta de frutas, especias, carne, verduras. Luego, durante el día, los carritos de comida se desparraman por la ciudad. A la hora del almuerzo, uno de los platos preferidos es el fried koay teow: fideos chatos de arroz freídos en el wok a muy alta temperatura junto con ajo, camarones, salsa de soja, huevo, brotes de soja, cebolla y el toque final: berberechos. El assam laksa es otra de las marcas registradas: se trata de noodles en caldo de caballa picante con tamarindo, hierba de limón, ají, jengibre, pepino, cebolla, ananá y aromáticas hojas de menta.

Postre inesperado

Si uno pudiese poner a Penang en un bol, la mezcla sería parecida a los postres más populares de la isla: cendol y ice kacang. Ambos tienen una base común de hielo picado y gula melaka (azúcar de palma) e ingredientes inesperados como frijoles rojos azucarados y fideos. El cendol contiene, también, leche de coco y noodles de almidón verde. El ice kacang, por su parte, lleva choclo dulce, almíbar, gelatina de hierbas y fruta de palma, con la opción de agregar leche condensada, frutas frescas, gelatina y helado. Así, cuando se cree que ya se probó todo, aparece este último llamado a caer en el segundo pecado capital.

Lo mismo ocurre en Penang. Si bien el plato principal es Georgetown, con su atractiva arquitectura colonial y su historia, el menú no termina ahí. La isla tiene espacio para lo moderno y lo tradicional, para lo natural y lo artificial: la costa norte está invadida por condominios, shoppings, restaurantes, balnearios y resorts de lujo, mientras que la costa sur aún está habitada por humildes pescadores. El centro de la isla, en cambio, es un espeso bosque tropical, pero en los claros de la naturaleza también se puede encontrar el templo budista más grande del Sudeste Asiático, la primera mezquita flotante del país, el mayor museo del juguete del mundo, el parque nacional más pequeño de Malasia y uno de los puentes más largos de la historia.

Entonces, queda claro que lo que le otorga a Pulau Pinang su sabor tan especial son sus combinaciones culturales insospechadas y tan propias de un lugar que se puede empezar a oler y saborear mucho antes de sentarse a la mesa.

Baba Nyonya, pioneros en vías de extinción

Probablemente una de las mezclas más interesantes de esta isla sea la que corre por las venas de los baba nyonya. Se trata de los descendientes de los peranakan o chinos del Estrecho, inmigrantes que arribaron a la región durante la época colonial del siglo XVI y se casaron con mujeres de origen malayo o indonesio. Se los conoce como baba nyonya (caballero y dama) porque así era como les decían, respetuosamente, sus criados en aquella época. En su gran mayoría, eran comerciantes que emigraron de China debido a las dificultades económicas. No se asentaron solamente en Penang, sino también en Malaca, Java (Indonesia) y Singapur, y lograron fundir la cultura china con la local, aunque manteniendo ciertas tradiciones de ambas.

Así, sostuvieron sus religiones budistas, taoistas y confucionistas, pero adoptaron el lenguaje y la cultura malaya, así como la de sus colonizadores. Muchos peranakan se convirtieron al catolicismo, pero ninguno pasó a formar parte del islam. El idioma que hablaban era baba malay, un dialecto del malayo que hoy está en vías de extinción. Los baba nyonya gozaron de una mejor posición económica que en China, lo que facilitó la formación de una élite que apoyaba fielmente a Gran Bretaña y Holanda, adhesión incondicional que les valió ser conocidos también como chinos del rey. Hoy, la cultura peranakan está desapareciendo y, aunque sus descendientes intentan mantener su lenguaje, gastronomía y cultura, este grupo volvió a ser considerado parte de la cultura china y ya no un grupúsculo diferenciado.

Esa loca obsesión por los récords

Los malayos son aficionados a quebrar récords de todo tipo e incluso tienen su propio libro para registrarlos, desde los más impresionantes a los más insólitos. Y si Kuala Lumpur, la capital de Malasia, ostenta las torres gemelas más altas del sudeste asiático y el mástil más alto del mundo, Penang no se queda atrás. Para acceder a la isla desde Butterworth, la ciudad más cercana, habrá que atravesar un puente de 13,5 kilómetros de extensión: el más grande del país y -como dicen los malayos con orgullo- uno de los más largos del mundo. Pero la isla tiene varios secretos (o récords mundiales) que vale la pena conocer. Es el caso de Kek Lok Si: inaugurado en 1905, es el templo budista más grande de Penang y de la región.

Está ubicado en las montañas de Ayer Itam, importantes para los taoístas por su feng shui positivo, y lugar elegido por los monjes de toda la región para meditar y descansar. La pagoda principal tiene siete pisos y combina el diseño chino, tailandés y birmano, además de ser conocida como la pagoda de los 10 mil Budas por su cantidad de estatuas. Durante las celebraciones por el Año Nuevo chino, el templo se ilumina con más de 10 mil linternas y 230 mil luces decorativas.

¿Otra curiosidad? En un pequeño sector de Penang están reunidos Batman, el Hombre Araña, el Guasón, Barbie, Terminator y Bruce Lee. Conviven en el Museo del Juguete de Penang, que también ingresó al libro de récords como el mayor de su estilo en el mundo, con más de 100 mil juguetes en exposición. Loh Lean Cheng, dueño y creador, comenzó a coleccionar juguetes de películas en 1973 y no paró desde aquel día. Su colección de 100.800 piezas es única... en el mundo, claro.

Brújula

Aéreo: Malaysia Airlines une Buenos Aires y Penang. En clase Business, desde u$s 6.550.
Alojamiento: Eastern and Oriental Hotel Georgetown (www.penang-hotels.com/eastern-oriental), Evergreen Laurel Hotel (www.evergreenhotel.net), Rasa Sayang Resort & Spa Shangri-La (www.shangri-la.com).
Clima: Tropical, entre 26º y 35ºC . Los períodos de lluvia van de abril a mayo y de octubre a noviembre.
Cambio: Un dólar estadounidense equivale a 3 ringgits.
Información: www.tourismpenang.net.my