“Si alguna vez quisiste cambiar el mundo, ésta es tu oportunidad. Salva a Kennedy, salva a su hermano. Salva a Martin Luther King. Evita los choques raciales. Tal vez, pon fin a Vietnam... Podrías salvar las vidas de millones”, le dice Al Templeton a Jake Epping, el protagonista de la última novela de Stephen King.

Esta frase que sucede en el libro, que es pura literatura, da la impresión de ser un diálogo interno del autor, un convencimiento de que se puede volver sobre el pasado e intentar una alternativa imposible.

El libro navega en la fantasía, en la dimensión imprecisa del ensayo ficcional, con el detalle minucioso de lo documental. Se está allí, y a la vez no. Stephen King logra poner al lector en el lugar de los hechos, hacerlo testigo presencial de la preparación y consumación del asesinato que inauguró la época de las conspiraciones gubernamentales y que llegó al imaginario popular para quedarse. Pero a la vez, la facticidad de la invención imprime a la lectura un tinte ambigüo: ya sabemos el final de la historia.

Lee Oswald, el victimario, es un sujeto marchito, un borderline indefinido que busca su minuto de fama. Así lo pinta King a lo largo del relato. Pero a medida que avanzan las páginas aumenta la sensación de incredulidad, porque un pobre tipo como Oswald no puede haber logrado cometer ese asesinato, a la vista de todos, con el FBI de J. Edgar Hoover cuidando las espaldas del presidente de la naciente potencia mundial. Pero fue así, Stephen King sostiene que la conspiración no existió, y que Oswald actuó solo.

El mundo se vuelve entonces un lugar en el que los hechos están grabados a fuego. “El pasado no quiere ser cambiado”, repite Jake Epping, el personaje principal que cuando viaja al pasado pierde su nombre original y se convierte en George Amberson.

En uno de los pasajes más interesantes del libro, King escribe: “Por un momento estuvo todo claro, y cuando eso pasa uno ve que el mundo apenas existe en realidad. ¿No lo sabemos todos en secreto? Es un mecanismo perfectamente equilibrado de gritos y ecos que se fingen ruedas y engranajes, un reloj de sueños que repica bajo un cristal de misterio que llamamos vida. ¿Detrás de él? ¿Por debajo? ¿A su alrededor? Caos, tormentas. Hombres con martillos, hombres con navajas, hombres con pistolas. Mujeres que retuercen lo que no pueden dominar y desprecian lo que no pueden entender. Un universo de horror y pérdida que rodea un único escenario iluminado en el que mortales bailan desafiando a la oscuridad”.

Stephen King volvió al ruedo con una novela inmensa, llena de detalles perfectamente descritos, y en la que logra hacer fluir la historia del personaje y la del asesinato de manera magistral, con una escritura amable y envolvente y que convierten la lectura en una especie de adicción.

Y si, definitivamente el 23/11/63 quedó impreso en la memoria mundial por las imágenes captadas en manos de Abraham Zapruder, un documentalista amateur. No hay razón para no intentar modificarlo. Aunque no hay que olvidar que el pasado no quiere ser cambiado.