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Dos años después, queda clara la contundente señal que dio la sociedad argentina con la elección de Javier Milei en 2023: la estabilización macro es una demanda innegociable y, en consecuencia, el equilibrio fiscal se vuelve inevitable e indiscutido. El mensaje debe ser entendido como un mandamiento para toda la clase política, que desde ahora no podrá prometer fantasías en campaña.

El año que viene aparece como un punto de inflexión: con la gestión consolidada tras el triunfo en las legislativas e internalizados el orden fiscal y la baja inflación como condiciones necesarias para la estabilidad social, el desafío es cómo sostener las expectativas y el equilibrio atendiendo demandas de crecimiento y empleo.

La estabilidad nominal no es un fin en sí mismo. El Gobierno logró bajar la inflación a registros del 2% mensual, un resultado notable frente al 211% anual heredado. Pero la desinflación convive con un fuerte enfriamiento de la actividad y una apreciación cambiaria creciente.

Por eso, una reconfiguración estable de la política monetaria y cambiaria, con foco en acumulación de reservas y baja de tasas, se vuelve imprescindible para encarar la nueva etapa de gestión.

Un equilibrio fiscal frágil y el riesgo de repetir viejos errores

En este marco, debe considerarse que parte del ajuste fiscal es frágil: el mantenimiento de infraestructura y la inversión pública quedaron en niveles poco sostenibles para recrear condiciones sólidas de crecimiento. Encontrar alternativas no inflacionarias de financiamiento —con provincias y organismos multilaterales incluidos— aparece como una urgencia.

Hasta aquí, podríamos afirmar que estamos ante elementos clásicos de los intentos de estabilización. Pero durante el turbulento tránsito hacia las elecciones legislativas de octubre apareció un “game changer” que puede alterar la dinámica económica de la próxima década: Estados Unidos.

A partir de su rol como prestamista de última instancia, ordenador del mercado cambiario y garante del pago de la deuda, se convierte —sin exageración— en el hecho económico más relevante desde el descubrimiento de Vaca Muerta.

Estados Unidos puede transformarse en el puente de financiamiento hasta que el gas, el petróleo, la minería y la economía del conocimiento se consoliden como nuevos “complejos sojeros”, capaces de aportar divisas y aliviar la restricción externa.

El factor Estados Unidos: del salvataje a la estrategia de desarrollo

La intervención del Tesoro estadounidense no solo rescató al país de una situación financiera crítica, sino también al FMI, atrapado en la inconsistencia de su programa con la Argentina. Ese apoyo permite recrear condiciones de estabilidad, pero no debería quedar ahí: ningún país puede construir futuro si necesita un salvataje cada seis meses.

La oportunidad inmediata está en lograr preferencias arancelarias en el acceso al mercado norteamericano para generar dólares propios y construir una estrategia exportadora consistente. En síntesis: avanzar hacia una asociación comercial y productiva, más que meramente financiera.

La utilidad potencial de Estados Unidos radica en su capacidad para amalgamar piezas históricamente inconexas de la economía argentina. Podría ayudar a resolver dilemas seculares: un único sector generador de dólares sosteniendo múltiples actividades deficitarias; impuestos elevados y descoordinados entre niveles de gobierno; demanda creciente de gasto público; y un sistema político que aún no logra consensos básicos para administrar la escasez y priorizar la inversión.

La presencia de este “game changer” es una oportunidad para reconstruir confianza, fortalecer instituciones y consolidar el peso como moneda. Es la chance concreta de dejar de ser sobrevivientes para convertirnos en estrategas del desarrollo.