La guerra de Trump contra los globalistas y por qué es una batalla ya ganada
La política económica y social de su segundo mandato busca arrasar con el proyecto de la globalización.
Por Catalina Jordán y Matías Castro
"El futuro no le pertenece a los globalistas. El futuro le pertenece a los patriotas", sentenció Donald Trump ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2019. Si bien durante su primer mandato pudo parecer otra de sus características provocaciones ante los más grandes referentes de la agenda mundial, en 2025, ya comenzado su segundo paso por la Casa Blanca, la frase se lee como una promesa.
El más reciente ascenso al poder del líder republicano es tanto histórico como disruptivo. Desde una plataforma basada en la imposición de aranceles a sus principales socios comerciales -Canadá, México y China- hasta un primer intento de eliminar el derecho constitucional a la ciudadanía por nacimiento, el nuevo régimen marca el fin del orden global y el liberalismo que proliferaron desde el fin de la Guerra Fría hasta el día de hoy.
La figura del Trump de 2016, cuando fue electo por primera vez, vuelve a emerger, pero ahora más robusta, deliberada y estratégica.
En materia económica, la imposición de aranceles a las importaciones es el centro del debate público, pero no es una estrategia nueva para él. Durante su primer gobierno impuso una serie de aranceles a productos chinos -y luego se expandió a otras naciones- como parte de su política económica conocida como "America First". Estos incluyeron, entre otros, al acero (25%), el aluminio (10%) y el caso más curioso: los lavarropas (30-50%).
Estos últimos, en particular, muestran el carácter dual de estas medidas. De acuerdo con un estudio de la Asociación Económica Americana, si bien generaron alrededor de 1800 nuevos puestos de trabajo y ayudaron a recolectar más de u$s 82 millones anuales, los impuestos a la importación hicieron aumentar los precios, tanto que los consumidores acabaron pagando más de u$s 1.5 mil millones extra al año.
La gestión del comercio exterior es tentadora en este contexto global de débil globalismo. Basta recordar que una startup china tienen la capacidad de derrumbar el 17% de las acciones de un competidor estadounidense en un día (como sucedió el lunes pasado cuando la IA de DeepSeek desestabilizó Silicon Valley con una pérdida de casi u$s 600 mil millones de su valor de mercado para la tecnológica Nvidia) para entender por qué el control del proteccionismo se muestra mucho más atractivo que la incertidumbre del libre mercado.
En este contexto no es extraño que Biden haya mantenido una gran parte de estas sanciones durante su propio mandato. Hay una realidad innegable: China compite. México y Canadá son otra historia.
Sin armas ni rencores
Desde la posguerra y hasta 1991, ninguna de las dos potencias centrales de oriente u occidente se cruzaron en el campo de fuego. El enfrentamiento se dio a través de guerras proxy como Vietnam, Afganistán o Corea pero también con instrumentos económicos como el Plan Marshall y su versión soviética, el Comecon. Occidente y Oriente buscaron doblegar las voluntades del resto del mundo a través de la ayuda económica. Hoy, Estados Unidos intenta mover palancas similares.
A pesar de haberse demorado tras una serie de negociaciones, la imposición de aranceles del 25% para productos provenientes de ambos países limítrofes está en pie para ser implementada el próximo mes, y sus posibles motivaciones revelan mucho más sobre el futuro del orden mundial que la eterna tensión entre Pekín y Washington.
El presidente podría estar utilizando estas políticas para obtener más influencia en futuras negociaciones comerciales que lo beneficien, como lo hizo en 2018 y 2019, pero aproximadamente el 77% de las exportaciones canadienses y el 83% de las mexicanas tienen como destino a Estados Unidos. Trump no necesita más peso de negociación en el mercado norteamericano, ya lo tiene. Pero en un contexto en el que la cooperación internacional genera desconfianza, el valor de la coerción se dispara. El mensaje es contundente: el futuro no está en manos de los dialoguistas.
El fin del proyecto de un mundo integrado, donde el progreso se asienta sobre el intercambio libre entre las partes, es cada vez más tangible más allá de la política económica. Sale a relucir el peso de lo simbólico y la "batalla cultural" es tan solo otra arista de la desaparición de la integración global.
La diversidad y el multiculturalismo por los que abogaron por años ciertos líderes de la industria tecnológica que ahora apoyan a Trump, como Jeff Bezos, Sundar Pichai y Mark Zuckerberg, están siendo reemplazados por definiciones concretas y limitantes por parte del Gobierno.
Dentro de los decretos presidenciales ya firmados y en vigencia se encuentran: la eliminación de los programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) en todas las ramas del Estado, el reconocimiento del género como masculino o femenino exclusivamente según el sexo biológico en todos los trámites y organismos estatales junto a la prohibición del uso de fondos federales para el financiamiento de abortos electivos en el país.
Sin embargo, en un contexto de creciente tensión por la crisis migratoria global -en especial en Estados Unidos y sus aliados del oeste europeo- tal vez la más precisa de todas es la eliminación del derecho de nacionalidad por nacimiento que redefine por completo la idea de quién es estadounidense (y quién merece serlo).
El peso de la deuda
La globalización no es un proceso predecible o uniforme. Lo cierto es que, tras varias décadas de integración y globalización, hay ganadores y perdedores. La globalización supone niveles muy diferentes de beneficios, no sólo entre grupos sociales, sino también entre países.
Los países ganadores de la integración comercial se explica a través de casos como China, Corea del Sur, los ex países satélites del régimen soviético (como Polonia, Hungría, Rumania, Eslovaquia) y en menor medida algunos latinoamericanos como Chile. Ni Estados Unidos, ni México, ni Argentina se cuentan entre los ganadores.
El trasfondo no menor de este conflicto comercial y cultural es que actualmente están ocurriendo 56 conflictos armados en todo el mundo, el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial. Además, se han globalizado, con 92 países implicados en conflictos fuera de sus fronteras. La última edición de Global Peace Index muestra que 97 países han deteriorado su calificación, la mayor caída desde que se inventó este indicador de paz en 2008.
Las promesas de la globalización no se cumplieron y las que sí lo hicieron no para todos por igual. Solo basta ver los niveles de desigualdad y pobreza en América Latina. Quizás el peso de lo que adeuda la globalización se está haciendo demasiado fuerte.