

Los subsidios no son por sí mismos buenos o malos. Dependen de su circunstancia y su aplicación. Son como un martillo, si se lo aplica para clavar clavos cumple con su objetivo, si se lo usa para golpear a alguien en la cabeza, ya no cumple su finalidad.
El gobierno sostiene que:
i) todos los subsidios son importantes para mantener el nivel de actividad, ii) no son un problema macroeconómico, y iii) son un pilar del modelo. Esto simplemente ya no es cierto.
Desde la crisis del 2001 en adelante se vienen aplicando sobre los servicios públicos fuertes subsidios explícitos (los paga el Estado) e implícitos (los privados reciben menos renta).
En los primeros años, más allá de las implicancias sectoriales, podría decirse que los subsidios cumplieron un rol macroeconómico positivo. Los subsidios permitieron incrementar la demanda agregada acelerando la salida de la economía de la fuerte crisis del 2001. En los primeros años post crisis quienes recibían subsidios, en su inmensa mayoría, volcaban esos fondos al consumo interno o al ahorro en el sistema financiero local.
Sin embargo, la dinámica de los subsidios fue alterando su utilidad inicial. El Estado con el correr del tiempo no sólo mantuvo los subsidios sino que los fue incrementando. En la medida que nuestra economía creció, no solo aumentaron los subsidios al consumo, sino que el Estado también cargó con la realización de las inversiones. Como las tarifas no repagan las inversiones necesarias para sostener los servicios públicos o la infraestrucutra, es el Estado quien debe hacerlas.
Al principio las cuentas públicas resistían el pago de los subsidios, pero con el correr del tiempo dejaron de hacerlo. Hoy destinamos mas de 4% del PBI a subsidios, pero el Estado ahora tiene déficit y debe emitir pesos para cubrir sus gastos.
Hoy los subsidios generalizados son un problema macroeconómico, pues el Estado no tiene fondos genuinos para cubrirlos y porque buena parte de quienes los reciben con la plata que se ahorran no consumen más en el mercado interno o no ahorran en el sistema financiero local. Como la mayor parte de los subsidios se destina a sectores de medios y altos ingresos, estos segmentos de la sociedad cuando tienen algún ahorro lo usan para comprar dólares en el mercado paralelo, comprar un auto (agravando la balanza externa deficitaria del sector automotriz) o viajar al exterior. En general el salario indirecto que esos sectores reciben como subsidio ya no se vuelca a incrementar la demanda agregada local.
Hoy sería una medida progresista la reducción de subsidios sobre los sectores de ingresos altos y medios/altos. El ahorro que ya no tendrían reduciría la presión sobre el mercado cambiario. Las menores erogaciones en subsidios reducirían o eliminarían el déficit fiscal bajando el impuesto inflacionario que pagan en mayor medida los sectores de menores ingresos. Estos últimos si mejoran su poder adquisitivo real lo volcarían al mercado interno incrementando la demanda agregada interna.
Hoy parte de los subsidios terminan financiando compras de las clases medias/altas en el exterior. Si se los asignara con un criterio de mayor eficiencia aumentaríamos el poder de compra de quienes gastan sus ingresos en nuestro país. El Estado destina fondos que no tiene a subsidiar mayormente a quienes no lo necesitan, para que compren dólares que escasean y los gasten en el exterior. Si los dólares que perdemos por el déficit de la balanza del turismo los destináramos a comprar insumos para la industria, fortaleceríamos nuestra economía. Hay que sostener el poder de compra de quienes demandan en nuestro país, no hay que subsidiar a quienes salen de compras al exterior.
No se trata de quitarle los subsidios a quienes lo necesitan, se trata de asignarlos eficientemente para que lleguen a quienes realmente lo requieren, liberando a las cuentas públicas de erogaciones ineficientes que lejos de mejorar la macroeconomía, hoy la empeoran.
Hoy los subsidios generalizados son parte del problema no de la solución.











