

La Argentina es el país con mayor inversión por alumno de América Latina. En relación con su PBI, nunca volcó tantos recursos como ahora. Hay computadoras, mejores sueldos, libros en las escuelas y masividad. Todo a favor.
Sin embargo, las evaluaciones internacionales indican que el rendimiento de los alumnos, en lenguaje y matemáticas, está entre los que más han retrocedido en el mundo.
La comunidad educativa española se conmovió cuando comparó resultados con Alemania o Suecia. Bill Gates utilizó esta información para criticar descarnadamente el sistema secundario de los Estados Unidos.
En Argentina, amplios sectores educativos imaginaron intenciones conspirativas en la divulgación de estos datos.
Ya lo había observado Ortega y Gasset : El argentino es un hombre a la defensiva... más entregado a la imagen que a la realidad.
La crisis de la educación secundaria se traduce en problemas reales. En las universidades, el 58% de los estudiantes dejan o cambian de carrera en el primer año.
El mercado laboral ha detectado jóvenes que no comprenden que un empleo significa ir trabajar todos los días.
Los tres meses de conflicto que padeció el Carlos Pellegrini -donde un grupo de alumnos, apoyados por padres y sindicatos decidían quien entraba y quien no- significó que este año la cantidad de aspirantes haya bajado a casi la mitad. Todo un éxito en nombre de la democratización y defensa de la escuela pública.
Frente al problema de la deserción -no termina el secundario el 48% de los que ingresa-, se flexibilizan cada vez más los límites.
No hay solución del problema, hay huida hacia adelante. Maestros y profesores resignados confiesan que la recomendación que les llega es hacer la vista gorda. Políticamente correcta, la idea de priorizar la inclusión sirve para justificar el camino hacia la mediocridad.
En estos días, el ministro Alberto Sileoni expresó su preocupación por el ausentismo docente.
Una investigación del Centro de Estudios de Políticas Públicas desnuda otras grietas. No se refieren a evaluaciones de calidad, sino a un estado de malestar, difuso pero perceptible.
En las escuelas crece el ausentismo de profesores y chicos; se registra un elevado nivel de rotación de autoridades, por lo cual es difícil pilotear proyectos de mediano plazo; y
se observa el deterioro de los vínculos entre alumnos, padres y docentes.
Según el CEPP, casi el 60% de los directores de escuela empieza a preocuparse cuando maestros o alumnos faltan más de 5 días al mes. Es decir que una ausencia de hasta el 25% de las clases les parece normal.
Por semana, se pierden entre 2,88 y 3,61 horas. Es frecuente que cuando un chico queda libre por la cantidad de faltas, la resolución sea negociar la norma.
En un distrito como la ciudad de Buenos Aires, dos cada 10 alumnos no pasa de grado. De los 8 restantes, sólo 4 logra no llevarse materias.
Nunca queda en claro cómo se recuperan las clases en aquellas provincias que han tenido largos conflictos sindicales.
El estudio del CEPP revela, además, que en amplios sectores de la comunidad educativa no hay percepción de estos problemas. ¿Cómo impulsar cambios entonces?
La Argentina tiene excelentes escuelas, alumnos y docentes, y hasta funcionarios esforzados y serios. Pero no tiene sistema.
El problema es que en esta falta de sistema -donde las normas se conversan, las exigencias se ablandan, las ausencias se toleran y la responsabilidad se diluye- se están formando los futuros ciudadanos.
Allí se están entrenando los políticos, empresarios, funcionarios y sindicalistas de los próximos 20 años.
Como decía Sarmiento : Todos los problemas son problemas de educación.










