Nunca más acertada la descripción acuñada por un medio para explicar las razones de fondo que determinaron la corrida que hizo saltar el tipo de cambio del mercado paralelo hasta un 40% por encima del tipo de cambio oficial y controlado. Mala praxis porque es sabido desde hace siglos, que un precio fijado arbitrariamente por debajo de su costo o de su valor real de mercado, genera siempre una demanda que excede la capacidad de producción o de suministro de ese bien.
Cuando se trata de un solo bien de escasa trascendencia, la medida puede pasar inadvertida salvo para quienes lo producen que tendrán que sufrir el impacto negativo. Pero cuando se trata de un producto o servicio clave, como en el caso de la energía, una crisis de proporciones se vuelve inevitable, como ocurrió en el Brasil y en California no hace tanto tiempo y como ya asoma por estos pagos.
Ahora, cuando el precio mal administrado se refiere al medio de pago con el cual se realizan todas las importaciones, los viajes al exterior y además se utiliza como reserva de valor para una buena parte de la población, las cosas pueden terminar bastante mal, como lo recuerdan las experiencias sufridas en el pasado. Si bien hoy no rige la convertibilidad, la administración del tipo de cambio practicada por la autoridad económica y monetaria, ha generado efectos bastante parecidos a los de aquel entonces, por sujetar el tipo de cambio por debajo de un valor compatible con la evolución de los precios internos. Lo único que se consiguió fue apreciar el valor del peso respecto del dólar mientras que el mismo peso se depreciaba frente a todos los precios de los bienes y servicios de la economía por la inflación que azota al país desde principios de 2007.
Porque hasta fines de 2006 había un aceptable equilibrio entre precios, salarios y tipo de cambio, con la excepción de las tarifas de los servicios públicos y los salarios en sectores de la economía informal, que registraban un sensible retraso, pero posible de ser corregido por el superávit de la balanza de pagos y de las cuentas fiscales de ese entonces. En lugar de ello, se optó en cambio por profundizar el llamado modelo apelando a una política basada en expandir de manera desenfrenada el gasto público, los salarios y la emisión monetaria, pensando que de esa manera se obtendría un crecimiento real también exagerado. Hasta se fijaron metas : 9% de crecimiento, 9% de inflación y 9% de desocupación.
A los pocos meses la inflación verdadera comenzó a dispararse y lo que siguió después ya es por todos conocido. Lo que pasó inadvertido sin embargo, es que la inflación real además de socavar el bolsillo de consumidores y ahorristas, también se encargaría de erosionar la competitividad de todas las actividades productivas. Porque además del aumento de los costos internos, la inflación provoca una enorme dispersión de los precios relativos.
En una economía estable con baja inflación, la dispersión de los aumentos es mínima y el índice combina alzas con bajas de precios. En cambio cuando la inflación es elevada, el índice refleja un promedio del aumento de todos los precios, donde los que menos han aumentado, lo harán en el futuro hasta volver a una estructura con precios relativos aceptables o caso contrario, cesar en la actividad.
Por eso a la larga, la inflación suele terminar en recesión, luego de la etapa inicial donde el exceso de liquidez impulsa el crecimiento más aparente que real, que comienza a desaparecer cuando se descorre el velo monetario que cubre la deformación intrínseca de las estadísticas que miden la evolución de la economía.
Hasta que no se decida combatir la inflación, el ahorro de la población seguirá migrando hacia aquellos activos que en opinión de la gente mejor garanticen el mantenimiento del valor a lo largo del tiempo. Entre ellos, el más práctico, líquido, fungible y divisible suele ser una moneda de uso corriente y aceptable en todo el mundo. Tratar de disimular la existencia de una elevada inflación ó negar su capacidad de deterioro en los ingresos y ahorros de la población, sólo contribuirá a seguir demandando monedas estables, mientras se profundiza el camino hacia un estadio recesivo que a nadie beneficia.