El empeño de algunos voceros del gobierno por demostrar que las manifestaciones del jueves pasado no tuvieron nada de espontáneo, sino que respondieron a la organización de dirigentes opositores, confirma que en la Argentina hay más cosas patas para arriba de las que se cree. Por cierto, casi todas las primeras reacciones del gobierno, al que nunca le cayeron bien las sorpresas, fueron destempladas. En particular aquellas dirigidas a explicar que los manifestantes del jueves eran golpistas bien vestidos, llenos de odio, pastofóbicos, dólaradictos, despreciables sujetos de clase media alta enojados con una supuesta re-reelección presidencial, que sólo anida en su perversa imaginación (la Presidenta nunca habló del tema, prueba inequívoca de que el tema no existe).
Sin embargo, insultos, silogismos, críticas de vestuario y descalificaciones aparte, el análisis según el cual hubo políticos agazapados gana en extravagancia. Veámoslo así: lo que el gobierno está denunciando es que detrás de esta movida opositora... hay opositores. No dice que se muevan en las sombras militares con betún, que digite los piolines algún sucedáneo del embajador norteamericano del 45, Spruille Braden, o que la movida haya sido financiada por la Sociedad Rural... Mucho peor: ¡políticos opositores están operando a los quejosos autotitulados espontáneos! No hay duda de que la conspiración descubierta es algo tautológica. ¿Quién debería estar al frente de una protesta opositora en un sistema político donde no hubiera una interminable crisis de representatividad?
Al parecer el gobierno les quiere avisar a esos bien vestidos que los están manipulando abominables como Patricia Bullrich, Carrió, Pinedo, Binner, Stolbizer, Solanas, los políticos de la oposición inútil, quienes mediante profesionales informáticos infiltraron Twitter y Facebook para descargar técnicas reductoras al sonambulismo. Que es como decir que la indignación politemática de los indignados criollos se maneja a control remoto y además, es caótica, no como los genuinos indignados antisistema del primer mundo, que vienen con claras propuestas bajo el brazo e iracundia fashion.
Más hubieran querido los líderes opositores liderar la movida: todavía no se recuperaron de la angustia que les produjo resignarse a ver por televisión la mayor manifestación opositora de los últimos tiempos. A lo mejor, acostumbrado a desmerecer siempre a la oposición institucional, el kirchnerismo pensó que pegándosela a los bien vestidos desprestigiaba todo el paquete.
Algo es cierto, la palabra espontáneo luce controversial. En los cenáculos políticos se discute si la Presidenta es espontánea cuando dice ante el Congreso que se siente Napoleón o cuando informa que en la escala del miedo ella viene después de Dios. ¿Son autovaloraciones espontáneas o surgen de sesudos estudios y meticulosas planificaciones de sociólogos oficiales bien rentados? No sabemos, pero ahora lo que importa es establecer si los bien vestidos del jueves fueron espontáneos o si se prepararon la ropa desde varios días antes. El diccionario incluye tres definiciones de espontáneo:
1) Que es natural y sincero en el comportamiento o en el modo de pensar.
2) Se aplica a la persona que se comporta o habla dejándose llevar por sus impulsos naturales y sin reprimirse por consideraciones dictadas por la razón.
3) Planta que surge sin cultivo ni cuidado humano.
La tercera acepción seguramente es la que pegó más fuerte en el gobierno, cuya materia gris sabe que en política lo que es silvestre no dura: se transfigura. Por vicio profesiona el kirchnerismo tiende a interpretar que todo el universo funciona en base a cooptaciones. Y como los diarios hegemónicos fueron aquí ajenos a la previa, en verdad calentada por las redes sociales, no es tan sencilla para el gobierno en esta película la tarea de identificar al malvado execrable. Tal vez querer culpar a los opositores de impulsar una protesta de oposición no haya sido una buena idea. Negar las pretensiones re reeleccionistas como si los gobernadores e intendentes no hicieran cola para agitarla, tampoco.
A lo mejor el gobierno podría probar una receta menos ampulosa, más sosegada, que mitigue su desconcierto. En vez de potenciar la irritación de los sectores sociales que están irritados, honrar el remanido concepto de la inclusión y la contraseña todos y todas. Buena oportunidad para probar que lo que está en vigencia no es un modelo de exclusión por sustitución de instituciones, como creen los bien vestidos y también algunos andrajosos.