

Si Barack Obama obtiene la reelección en noviembre será, en buena medida, gracias a los republicanos.
Los últimos sondeos de Gallup indican que, mientras 44% de los encuestados considera su gestión exitosa, 50% la declara un fracaso.
Estas cifras no pueden resultar muy alentadoras para los demócratas, en especial, teniendo en cuenta que ningún presidente norteamericano fue reelegido jamás con una cifra tan baja de aprobación.
Pero aquí es donde los republicanos vienen al rescate. Porque la misma encuesta revela que el electorado norteamericano siente mucho menos entusiasmo por sus potenciales rivales. Mitt Romney y Rick Santorum, que lideran hoy la carrera por la nominación republicana, tienen las cifras más bajas de aprobación de cualquier aspirante presidencial en los últimos cinco años y una mayoría de los votantes republicanos preferiría ver a algún otro candidato en su lugar.
Otras encuestas recientes mejoran el cuadro para el Presidente. La de Político/Universidad George Washington, realizada entre el 19 y el 22 de febrero, muestra a Obama con una ventaja de 53-43 sobre Romney y 53-42 sobre Santorum. Entre los votantes independientes, Obama aventaja a Romney por 22 puntos.
Como es evidente por las vertiginosas alzas y bajas que ha sostenido la curva de amor y odio desde el comienzo de la campaña, uno debe tomar todas estas cifras con una pizca de sal. El año apenas comienza y mucha agua ha de pasar todavía bajo los puentes. Pero lo que al momento resulta bastante claro, es que los republicanos no han logrado imponer un candidato capaz de excitar multitudes y todas las plataformas se reducen al único propósito de desalojar a Obama de la Casa Blanca.
Ni siquiera los triunfos de Romney en Michigan y Arizona han terminado de solidificar definitivamente su liderazgo. Si bien es cierto que han afianzado su condición de favorito, no se trató de triunfos tan categóricos (especialmente en Michigan, donde ganó por una reducida diferencia) como para neutralizar las posibilidades de Santorum, y es poco probable que el supermartes del 6 de marzo, con diez contiendas (Alaska, Georgia, Idaho, Massachussets, Dakota del Norte, Ohio, Oklahoma, Tennessee, Vermont y Virginia) y 437 delegados en juego, termine por asegurar su nominación.
De hecho, lo que comienza es una sucesión de primarias en estados donde Romney no es el favorito y esto puede significar que su liderazgo se torne más impreciso.
Esta falta de entusiasmo entre los votantes republicanos es lo que ha infundido tanta confusión a las primarias, donde los candidatos se inflan y se desinflan con asombrosa rapidez, y es posible que esta modalidad persista hasta bien avanzada la campaña.
Obama, por otra parte, va progresivamente encontrando su voz, aunque esta voz no se corresponda precisamente a muchas de sus decisiones en sus tres años de gobierno.
Pero es evidente que desde el discurso acerca del Estado de la Unión, el Presidente ha tratado de posicionarse como un defensor de las clase media y en particular, de los trabajadores.
En lugar de imitar lo que hizo
Clinton cuando buscó la reelección moviéndose hacia la centroderecha, Obama se está corriendo hacia la centroizquierda, despejando muchas de las posturas que caracterizaron el primer período de su presidencia, cuando la prioridad consistía en buscar el consenso y no la confrontación.
Las cifras de crecimiento de la economía y descenso del desempleo, aunque modestas, están mejorando su imagen pública. Hay un reconocimiento de que los Estados Unidos están saliendo del receso y los engranajes de la economía comienzan a reactivarse. Pero aún existen nubarrones amenazantes en el horizonte.
Tal vez el principal es el alto precio de la nafta, que podría superar los 4 dólares por galón y acercarse peligrosamente a los 5 dólares. Si esto sucede, será muy difícil seguir pregonando optimismo.










