Hay un momento en la estupenda película iraní Una separación, en que Nader, el protagonista, bordea la desesperación, atrapado en el caótico tráfico de Teherán. Su mujer lo ha abandonado, su padre sufre los estragos del alzheimer, su empleada lo acusa de haberla empujado y, como consecuencia, haberle ocasionado la pérdida de su embarazo, un juez lo amenaza con la prisión y su hija cuestiona su sinceridad.

Por sobre sus méritos cinematográficos, el film del director Asghar Farhadi se abre como una ventana a la sociedad iraní, humanizando a su gente y descubriendo el complejo mosaico de su realidad cotidiana.

No hay tiradas ideológicas ni demagogia política en el film. Como en cualquier gran ciudad, la gente lucha por su supervivencia, tratando de mantener un resto de dignidad en medio de la anarquía urbana, la perversa burocracia y los caprichos del sistema. Nader y su mujer, Simin, son arrastrados como hojas por el viento, sin posibilidad de escapatoria. Simin ha obtenido un a visa para marcharse pero Nader no quiere abandonar a su padre y ella no quiere irse sin su hija.

El Irán que retrata Una separación es muy diferente del que aparece todos los días en la prensa internacional, donde esta nación de casi 80 millones de habitantes, que se extiende sobre un millón y medio de kilómetros cuadrados, es presentada como un grupo de fanáticos ayatollahs y un presidente delirante, amenazando con bombardear al mundo que, a su vez, amenaza con bombardearlos a ellos.

La noción misma de bombardear, tal cual se desprende de los discursos y las proclamas, se ha convertido en una entelequia o en un juego de video, como las primeras imágenes del ataque norteamericano a Bagdad que se vieron por televisión.

El Irán del que hablan los políticos es el que se ve desde un satélite, mientras que el que dibuja la película de Farhadi está visto desde adentro, desde las miles de historias que se entrecruzan cada día en sus calles, en sus plazas, en el interior de los departamentos y entre las decrépitas paredes de las oficinas públicas.

Todo lo cual no significa minimizar la gravedad de la amenaza iraní. Esta teocracia absolutista, no menos represiva que el régimen al que vino a sustituir, se ha dedicado a alentar y financiar una red de movimientos terroristas en todo el mundo, incluyendo el que perpetró el atentado a la Embajada de Israel y a la AMIA en Buenos Aires y ha instado al asesinato de algunas figuras a las que consideró blasfemas del Islam, como el escritor Salman Rushdie. Su presidente, Majmud Ajmadineyad, ha proclamado, entre otras aberraciones, su deseo de ver la desaparición a Israel, una nación soberana, y se dedica, en cuanta ocasión encuentra, a negar la existencia del Holocausto. Algún tiempo atrás, para probarlo, convocó a una conferencia internacional que reunió a algunos de los seudohistoriadores más despreciables del planeta.

El imperio de la sharia, la ley religiosa musulmana, es omnipresente en la vida iraní, como bien lo refleja la película de Farhadi, donde todas las mujeres que aparecen llevan la cabeza cubierta por una shayla, el pañuelo negro tradicional.

Las ambiciones nucleares del régimen iraní no son un invento ni una fantasía, se encuentre a un año o tres de producir una bomba. Tal vez la intención original tenga, efectivamente, un propósito defensivo o disuasivo, dada la paranoia que debe imperar en la dirigencia en Teherán, pero la brecha entre defensivo y ofensivo es una línea nebulosa.

El martes último, el New York Times reveló que un juego de guerra o simulación, llevado a cabo recientemente por el Pentágono para evaluar la posible repercusión de un ataque israelí a Irán, estableció que una acción de esa naturaleza conduciría a una guerra regional mucho más amplia, que podría terminar arrastrando a los Estados Unidos.

Esencialmente, lo que el juego, llamado Visión Interior, demostró, según las fuentes, es la incontrolable naturaleza de un ataque militar por parte de Israel, seguido por un contraataque iraní.

Es frente a la liviandad con que los líderes políticos de uno y otro bando hablan de la guerra, de bombardear tal o cual instalación, de despachar una batería de cohetes, que uno evoca las imágenes de la película de Farhadi, ese fascinante fresco de historias humanas, y se pregunta si tanta locura habrá de terminar alguna vez.