El trágico atentado a la embajada de los Estados Unidos en Benghazi, que costó la vida del embajador J. Christopher Stevens y otros tres miembros de la misión, así como los ataques a las sedes diplomáticas en El Cairo y Sana, precisamente cuando se cumplían 11 años del fatídico11 de septiembre, desnuda hasta qué punto persiste la volatilidad dentro del mundo islámico.

La chispa que encendió la mecha de la indignación en las tres capitales árabes fue, según se presume, un burdo film amateur, torpemente producido por un grupo de extremistas antimusulmanes, que describe al profeta Muhamad como homosexual, pedófilo, mujeriego y sanguinario, combinado con escenas de agresiones de una turba musulmana contra cristianos coptos en Egipto.

Los coptos son la principal minoría religiosa en Egipto y representan, aproximadamente, el 10% de la población.

El origen del film, titulado La inocencia de los musulmanes, es tan nebuloso como lo es la identidad de quienes participaron en su elaboración. Uno de sus productores, Steve Klein, es un veterano de la guerra de Vietnam, cuyo hijo resultó severamente herido en Irak. Klein reside en California, donde trabaja como agente de seguros y es conocido por su militancia antiislámica, que semanalmente difunde desde una emisora evangélica.

"El director del film es identificado como Sam Becile. Informaciones iniciales lo mencionaban como un ciudadano israelí, pero esto fue rápidamente desmentido. El propio Klein sostuvo no conocer demasiado del supuesto Bacile, habiendo conversado con él, según afirma, por apenas una hora, pero asegura que no es israelí ni judío. Cindy Lee Garcia, una actriz que aparece brevemente en la película, declaró que fue contratada después de responder a un aviso de audición y que todo cuanto se le dijo fue que participaría en una película llamada "Guerreros del desierto".

El FBI determinó finalmente que el susodicho Sam Bacile era, en realidad, Nakoula Basseley Nakoula, de 55 años, residente de Los Angeles, un individuo con un pasado delictivo que incluye fraude financiero."

El video fue originalmente descargado en Youtube y difundido a través de organizaciones coptas en los Estados Unidos, de donde fue tomado, a su vez, por la red de sitios extremistas musulmanes, conocidos como salafistas, provocando la reacción indignada que desembocó en las demostraciones y los atentados del martes último.

La nueva irrupción de violencia en el Medio Oriente incorporó un factor inesperado a la campaña electoral, cuando faltan menos de dos meses para los comicios presidenciales.

Si la exitosa convención demócrata de Charlotte, Carolina del Norte, le había permitido a Obama acentuar levemente su ventaja sobre Romney, las desalentadoras cifras de empleo divulgadas al día siguiente y las fuertes críticas del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a la política de la administración Obama para con Irán, parecieron comerse la diferencia. Ahora, el ataque a la embajada en Libia y las demostraciones en El Cairo y Sana parecen haber embarrado aún más el panorama.

Pero si Romney imaginó que el fatal ataque a la embajada en Libia, que convierte a Stevens en el primer embajador norteamericano muerto en un atentado desde 1976, jugaría en su favor, se equivocó rotundamente. Su prematura crítica a la reacción de Obama, acusándolo de preocuparse más de apaciguar a los musulmanes que de condenar la agresión, resultó en una categórica respuesta del Presidente. El gobernador Romney parece tener la tendencia a disparar primero y apuntar después, dijo Obama, y muchos, incluyendo algunos prominentes republicanos, coincidieron con su diagnóstico.

A esta altura, pocos dudan que quienquiera resulte victorioso lo será por la mínima diferencia y que la situación en el Medio Oriente continuará siendo un factor de gran preocupación para la política norteamericana.

El hecho de que un oscuro film carente de toda representatividad e influencia, que solo alcanzó notoriedad gracias al poder multiplicador del internet, haya podido desatar la furia popular en varias capitales árabes, demuestra hasta qué punto la política norteamericana ha fracasado en la región.

Ni las guerras en Afganistán e Irak, ni el apoyo de Washington (muchas veces demorado) a las revoluciones populares que depusieron a los viejos dictadores, ni los miles de millones de dólares en ayuda han logrado cambiar la percepción existente en la región de que los Estados Unidos son el enemigo del Islam.

Esto resulta particularmente evidente en el caso de Egipto, principal beneficiario de esta ayuda. La demora del presidente Mohamed Morsi a condenar la agresión a la embajada norteamericana en El Cairo (cuando lo hizo, finalmente, lo hizo a través de Facebook) mientras su propio partido, la Hermandad Musulmana, convocaba a nuevas demostraciones, desnuda la profunda desconfianza que gobierna esta relación