

El hecho me lo contó un amigo que visitó Nueva Zelanda. En una de las principales ciudades, observó una cola en una oficina pública. No era para pagar impuestos sino para retirar un folleto con la rendición de cuentas del presupuesto comunal. Quienes tuvieran objeciones podían reclamar en tiempo y forma convenidos.
Ejercicio de ciencia ficción para la Argentina. Aquí hemos discutido la ley de leyes a partir de números que nadie cree, no ejecutamos o subejecutamos partidas, o las sometemos a inexplicables pases de magia.
Si la indignación que manifiestan los legisladores opositores de turno no dura más que dos semanas ¿por qué el tema conmovería a la sociedad, a pesar de tratarse de la administración de su dinero?
Fernando Savater suele decir que lo que más le inquieta del mundo político actual no es la declinación de los valores éticos sino la pérdida de los valores cívicos.
En la década del 90, el sueño era convertirnos en un país de consumidores. Durante un tiempo, tras pasar de la hiper a la estabilidad, ese estado de satisfacción fue posible. Una especie de mundo feliz que se agotaba en sí mismo.
Hoy, se endiosa al país militante. En la calle, en el periodismo, donde sea. No importa lo que diga o lo que haga. Este particular romanticismo no nos impide tener viejos militantes ricos y nuevos con ingresos ejecutivos.
Los tiempos de pizza y champagne -Sylvina Walger dixit- despreciaban las objeciones cívicas. Y su declinación fue inevitable.
Sin embargo, un hilo conductor une a muchos consumistas de los 90 con algunos militantes de hoy. Ambos bandos creyeron y creen que investigar actos de corrupción es poner palos en la rueda.
No deberían preocuparse: los grandes juicios de corrupción contra el Estado tienen una duración promedio de 14 años y hay sentencia en menos del 1% de los casos.
Es muy bueno consumir y también militar, pero el eslabón perdido de esta historia es que hemos descuidado el ejercicio fundamental de una democracia moderna: la ciudadanía. Fue la idea que cimentó los cambios producidos por las revoluciones norteamericana y francesa.
Todavía nos manejamos con jirones. No hemos logrado conectar socialmente el concepto de ciudadanía con el progreso anhelado.
Aún en medio de su crisis económica, España da ejemplos. En Sevilla, el ayuntamiento decidió imponer multas de 500 euros a quienes alimentan palomas. Es una manera de impedir que se ensucien las plazas públicas.
En Málaga, una empresa eléctrica fue obligada a pagar una indemnización de 230.000 euros a un agricultor. ¿Motivo? Un corte de luz no anunciado le hizo perder su cosecha.
Ciudadanía no es una palabra abstracta. Son derechos y obligaciones de carne y hueso.
Nuestras jóvenes generaciones se están formando en un sistema de partidos que funciona a dedo , donde se habla cínicamente de las cajas y de las colectoras que no sabemos sin están prohibidas o admitidas .
¡Menos mal que tenemos la Ley de Democratización de la representación política, la transparencia y la equidad electoral!
Hace dos semanas, un legislador que la votó me dijo: Y... son leyes que en la práctica son difíciles de cumplir.
En ese momento, recordé un diálogo entre Tom Hanks y Julia Roberts en una película sobre un extravagante senador norteamericano. ¿Por qué los congresistas dicen una cosa y hacen otra?, inquirió ella. El: En principio, por tradición.
Se advierte en la Argentina de hoy una necesidad de participación. Es aún desorganizada, confusa, a veces intolerante, y pasa frecuentemente a la acción directa.
Si esas fuerzas alentadoras no se insertan en un civismo alerta, responsable y exigente, perderán la posibilidad de cambiar a quienes dicen no las representan. Morirán en la guillotina del corto plazo y la resignación.
Sea un honesto consumidor o un buen militante.
La frase es de Kant: El pájaro piensa que sin el aire sería mucho más libre en su vuelo. Lo que no sabe es que sin aire no podría volar.










