¿Pueden los Estados Unidos encontrarse en la misma situación que la Argentina?, se preguntaba el martes pasado el Los Angeles Times, aludiendo a la posibilidad de que el Congreso se niegue a aumentar el límite de su deuda federal y obligue a la mayor economía del mundo a declarar un default.

Después de haber sorteado, con el dramatismo de una película catástrofe, el abismo fiscal el pasado 2 de enero, el presidente Barack Obama se encuentra ahora pulseando con el Congreso frente a este otro abismo, que resulta de la perspectiva de que el Tesoro se encuentre imposibilitado de hacer frente a sus obligaciones domésticas e internacionales.

Según la Constitución, el gobierno debe obtener la autorización del Congreso para asumir deudas. Con anterioridad a 1917, el Congreso debía autorizar cada vez que el Departamento del Tesoro salía a tomar dinero prestado, pero durante la Primera Guerra Mundial, con el objeto de flexibilizar el procedimiento, se decidió establecer un techo a la deuda federal.

Desde entonces, el acto de ampliar el techo de la deuda no fue más que un procedimiento mecánico. Ronald Reagan solicitó y obtuvo esta extensión 18 veces y George W. Bush, siete.

Los gobiernos toman préstamos para pagar por diversas cosas. En el caso de los Estados Unidos, comprenden los salarios de la administración pública, el seguro de salud y beneficios como la seguridad social o las pensiones de los veteranos.

Incluyen, además, el servicio de la deuda con China, Japón, el Reino Unido, los gobiernos estatales y locales, los fondos de pensión y el dinero de inversores de su país y el resto del mundo.

Si el Congreso no autoriza ampliar la deuda, el Tesoro no puede responder por sus compromisos y el país entra, formalmente, en cesación de pagos.

Este nuevo enfrentamiento a propósito de la deuda federal es ciertamente un déjà vu. Ya a mediados de julio de 2011 Obama y el Congreso se vieron envueltos en una fogosa disputa por la misma cuestión, con la diferencia de que entonces la causa subyacente de la resistencia por parte de la bancada republicana era minar las chances de reelección del Presidente. En la caldeada campaña electoral de 2011, con la Cámara de Representantes cargada de fanáticos miembros del Movimiento Tea Party, lo que hasta entonces había sido un procedimiento mecánico se convirtió en un recurso de presión.

En 2011, el techo autorizado de la deuda era de 14,3 billones de dólares (14,3 trillones, según la denominación norteamericana) y en las últimas horas de 31 de julio, cuando la hecatombe parecía inevitable, los concienciosos republicanos arrojaron el salvavidas, aceptando ampliar a límite a 16,4 billones.

Esto no impidió que el mundo considerara, por primera vez, la posibilidad de que Washington declarara un default. Cuatro días después de alcanzado el acuerdo, la empresa Standard & Poors degradó la evaluación del crédito de los bonos del gobierno norteamericano por primera vez en la historia. Aunque las otras dos empresas evaluadoras, Moodys y Fitch no acompañaron esta decisión, el sacudón fue suficiente como para que el índice Dow Jones cayera 635 puntos (5,6%), la mayor caída en un día desde el derrumbe financiero de 2008.

El plazo que el Congreso otorgó al Presidente para renegociar el techo de la deuda finalizó el 31 de diciembre. Esto significa que, objetivamente, los Estados Unidos se encuentran ya operando por encima del límite y lo único que posibilita que todavía haya espacio para discutir son algunos movimientos presupuestarios del secretario del Tesoro, Timothy F. Geithner, que le han permitido tapar los primeros boquetes abiertos por la crisis.

Pero como Geithner le informara al Congreso, estas tramoyas son de corto aliento y lo único que logran es prorrogar la crisis por algunas semanas, hasta mediados de febrero o comienzos de marzo.

Mientras los republicanos endurecen su posición, Obama hace lo propio. Instalado ya en su segundo mandato y sin los condicionamientos electorales de 2011, su capital político es, naturalmente, mayor, como lo es también su capacidad de mostrarse intransigente.

El lunes último rechazó toda posibilidad de negociación, acusando a sus oponentes de tratar de obtener un rescate a cambio de no arruinar la economía. Dijo que estaba dispuesto a discutir recortes presupuestarios, pero no en conexión con el debate sobre el techo de la deuda.

El tema en discusión es si los Estados Unidos pagan o no sus cuentas, dijo Obama. No somos una nación de morosos. De modo que la simple solución es ésta: el Congreso autoriza a pagar nuestras cuentas.

Considerablemente despres

tigiados y percibidos por la mayoría como responsables de las trabas al desarrollo económico, los republicanos deberán decidir en los días que restan, si les importa más ganar la batalla que la guerra.