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En la actualidad, donde la electricidad sostiene gran parte de las actividades humanas, surgió una amenaza tecnológica que pone en jaque a las sociedades modernas: los pulsos electromagnéticos (PEM, por sus siglas en inglés).

Ya sea a través de dispositivos militares avanzados o de eventos naturales extremos como las tormentas solares, se convirtieron en uno de los riesgos más serios para la infraestructura crítica.

Lo que alguna vez fue parte del imaginario de la ciencia ficción, hoy se perfila como un peligro real con el potencial de detener regiones enteras en segundos.

Pulso electromagnético: una amenaza invisible que puede paralizar el mundo

Los pulsos electromagnéticos representan una de las armas más devastadoras y silenciosas jamás concebidas.

Funcionan mediante la liberación instantánea de una intensa ráfaga de energía electromagnética que viaja a la velocidad de la luz, capaz de freír circuitos electrónicos y sobrecargar redes eléctricas en un radio de cientos o incluso miles de kilómetros.

Existen dos tipos principales de Pulsos Electromagnéticos (PEM): los de origen natural, provocados por tormentas solares extremas, y los artificiales, generados mediante detonaciones nucleares en la alta atmósfera o por dispositivos militares especializados.

En las últimas dos décadas, la tecnología detrás de estos dispositivos evolucionó. Actualmente, algunos generadores pueden ser tan compactos como una maleta, pero aun así poseen la capacidad de emitir suficiente energía como para inutilizar la infraestructura eléctrica de toda una ciudad.

Países como Estados Unidos, Rusia, China y Corea del Norte invirtieron miles de millones en el desarrollo de estas capacidades, reconociendo su potencial como armas de destrucción masiva del siglo XXI.

Lo más aterrador es que, a diferencia de las armas convencionales, su ataque no deja cráteres ni víctimas inmediatas visibles, pero puede causar más devastación a largo plazo que una bomba nuclear tradicional.

¿Por qué las redes eléctricas del mundo están indefensas?

La red eléctrica mundial fue concebida en una época en la que las amenazas electromagnéticas modernas no eran una preocupación, lo que hoy la hace particularmente frágil.

Uno de los puntos más críticos son los transformadores de alta tensión, elementos esenciales del sistema que requieren largos periodos de fabricación y reemplazo.

Estos dispositivos son extremadamente sensibles a los efectos de un PEM. Una sola explosión electromagnética colocada estratégicamente podría inutilizar transformadores en un radio de hasta 2,000 kilómetros, dejando regiones sin suministro eléctrico durante meses o incluso años.

La creciente interconexión entre las redes eléctricas, pensada para optimizar la eficiencia y la estabilidad del sistema, resultó ser también una vulnerabilidad.

Un ataque dirigido a un nodo clave del sistema eléctrico podría desencadenar una reacción en cadena que atraviese fronteras y provoque apagones generalizados a escala continental.

Los mecanismos de defensa actuales, como los protectores contra sobretensiones, no están diseñados para enfrentar la intensidad ni la velocidad de un pulso electromagnético (PEM), lo que deja a las infraestructuras críticas expuestas a daños severos.

La situación es aún más crítica en los países en desarrollo, donde en muchos casos ni siquiera existen sistemas de protección adecuados, lo que incrementa significativamente su vulnerabilidad.

De acuerdo con algunos expertos, en un escenario extremo, un apagón electromagnético prolongado podría ocasionar la muerte de hasta el 90% de la población en países desarrollados en el transcurso de un año. Esto no se debería al pulso en sí, sino al colapso total de la infraestructura que sostiene las funciones vitales de la sociedad moderna.