La crisis en Ucrania cayó como un balde de agua fría al presidente ruso Vladimir Putin quien había puesto un fuerte empeño en que los juegos olímpicos de invierno en Sochi resultaran un espejo para el mundo de un país seguro, eficiente y ordenado.
Pero el éxito de la revuelta de los ucranianos pro europeos sacó su mirada de las carreras de ski en sinuosas pistas cubiertas de nieve para ponerla en su vecino país.
Además de los efectos económicos que podría tener sobre Rusia una posible integración de Ucrania al bloque comercial europeo, el hecho de que en la república de Crimea (que está integrada a Ucrania aunque el forma autónoma) estuviera estacionada la Flota rusa del Mar Negro, impuso una inmediata movilización de tropas rusas hacia esa estretégica península.
Sin embargo, la drástica amenaza de Estados Unidos y de la Unión Europea de imponerle duras sanciones comerciales, obligó al mandatario -al menos por el momento- a detener la escalada bélica.
En este caso, la realidad económica se impuso sobre el orgullo nacional. Rusia podría sancionar a Europa por haber apoyado a los rebeldes ucranianos cerrando las llaves de paso del gas que se traslada por tuberías bajo territorio de Ucrania hacia los países europeos.
El problema es que con esa decisión lograría un efecto boomerang. La economía rusa tiene una fuerte dependencia de las exportaciones de gas y petróleo que representan el 70% de las ventas rusas al exterior y más del 50% de los ingresos estatales. Y Moscú no puede darse el lujo de perder esos ingresos en momentos de débil crecimiento económico -en 2013, el PIB sólo aumentó 1,4% desde el 3,4% del año anterior- y alta inflación.
El otro factor clave es que Ucrania está al borde de la quiebra. Si el país cae en default afectará no sólo a Rusia, sino también a Europa y Estados Unidos.
EE.UU. anunció ayer el envío de una ayuda urgente por u$s 1.000 millones. Más que un acto de generosidad se trata de una medida defensiva: según informa el sitio oficial "Rusia hoy", más del 80% de los bonos del Estado ucraniano pertenecen a inversores norteamericanos.
El importe total de la deuda de Ucrania es de u$s 130.000 millones y el país necesita u$s 4.000 millones de forma inmediata para atender los pagos por intereses y vencimientos de su deuda y un total de u$s 35.000 millones durante los próximos dos años para evitar el impago. Las esperanzas están puestas en que el FMI le entregue u$s 15.000 millones para equilibrar las finanzas, pero es difícil que el dinero llegue antes de las elecciones presidenciales ucranianas previstas para mayo y se sepa si el nuevo gobierno está dispuesto acordar reformas estructurales.
Una eventual quiebra de Ucrania afectaría también a los bancos rusos por el riesgo de no devolución de créditos, que alcanzan los u$s 28.000 millones.
Alejado ya de las competencias deportivas, Putin tiene en claro que si las tensiones persisten, podrían disuadir aún más las inversiones extranjeras, perpetuar el estancamiento económico y hasta socavar la estabilidad política de Rusia. Algo que Putin no está dispuesto a permitir.