Cuando a las 20 horas en punto el Tribunal Superior Electoral de Brasil confirmó que la presidenta Dilma Rousseff había logrado la reelección, las calles de San Pablo estallaron en gritos y petardos. Desde los balcones, los seguidores de la mandataria y del opositor Aécio Neves coreaban frases diversas en una suerte de Boca/ River al mejor estilo argentino.
En las principales calles paulistas se podían ver filas de jóvenes con remeras rojas, levantando banderas en una celebración que trajo alivio luego del dramático final que mantuvo en vilo a todo un país hasta último momento.
En las esquinas también se veían a los seguidores del candidato tucano, llorando, abrazados, por el triunfo que no pudo ser.
De forma rápida se apostaron pantallas en algunas zonas de la Avenida Paulista, centro neurálgico de la ciudad, para que los votantes de cada partido pudiesen escuchar a sus candidatos en sus discursos post elección. Cuando Neves salió a reconocer la derrota, una señora que levantaba un cartel con la cara del tucano, gritó: "No queremos ser como Cuba, no queremos ser como Argentina". Mientras tanto, los seguidores de Dilma bailaban en un camión que desde los parlantes pasaba una y otra vez el slogan de la presidenta.
"Quienes vivimos durante los gobiernos del PSDB sabemos que no queremos volver a eso. Las conquistas de Lula y Dilma han sido muy importantes para nosotros", señala, emocionada, una vendedora de gaseosas.
Así, las elecciones más reñidas en Brasil desde el retorno de la democracia en 1989 habían llegado a su fin.
En la última semana, el gobierno había desplegado una serie de jugadas electorales que le permitieran llegar de forma más holgada al ballotage: la difusión de la mejora en los índices de empleo, un mega acto de la mano del popular Lula Da Silva y hasta la posibilidad de demandar a la revista opositora Veja por su informe sobre hechos de corrupción en Petrobras. A esto se le sumó la crisis hídrica que atraviesa San Pablo, bastión electoral del PSDB, con lo que el oficialismo jugó en el último debate presidencial.
Nada de esto causó el efecto esperado: las cifras obtenidas por el PT comprueban el desgaste del partido creado por Lula tras 12 años en el poder. Del otro lado del round, el equipo de Neves sabe que ha logrado una fuerte conquista pero la herencia que ha dejado la derecha en este país es una carga muy pesada marcada por la desigualdad.
El resumen de lo que atraviesan los brasileños se ve en las calles: una sociedad más politizada, que de a poco volvió a conquistar el derecho de manifestarse, levantar la voz y tratar de marcar un cambio en la conducción de su país. Durante los últimos días de la campaña presidencial, cada elector puso el cuerpo para defender su convicción. "Eso, en Brasil, no pasaba desde hacía mucho. En las otras elecciones se descontaba un triunfo del PT. Ahora, nada estaba claro. Y ante un escenario tan cerrado, ambos partidos decidieron no escatimar esfuerzos", afirma Marina Novertes,una periodista del diario Estado de San Pablo.
Es tarde y la celebración en las calles paulistas continúa. Hoy, el PT prefiere quedarse con la victoria ajustada. Mañana habrá tiempo de comenzar a dibujar el nuevo esquema de gobierno que conducirá a Brasil hasta el 2018.