

Si Barack Obama fracasa el próximo martes 6 de noviembre en su intento de lograr la reelección, podrá atribuir la derrota a un factor decisivo: su pobre desempeño en el primer debate con Mitt Romney.
Aunque en los dos debates siguientes su actuación fue considerablemente más eficaz y lucida y la opinión general lo dio por ganador, los ecos del primer debate continúan sintiéndose en los diferentes sondeos de opinión.
Tal vez no fue tanto que Obama se mostró disperso y pasivo en ese primer encuentro, como que Romney logró proyectar finalmente la imagen presidencial que lo había eludido durante gran parte de su campaña.
Aunque sus ideas, si así pueden llamarse, siguen siendo vagas y sus números imprecisos, Romney siempre tuvo la ventaja de tener los cuatro años de Obama con su cúmulo de promesas incumplidas como contracara de sus propias utopías. Y fue, precisamente, en los momentos en que utilizó esta parafernalia de datos contra el presidente en ejercicio, donde se mostró más intenso y convincente.
Obama, por su parte, tampoco ofreció mucho más que promesas. Poco importa que su mandato comenzó en medio de la situación más calamitosa por la que atravesaron los Estados Unidos desde la crisis de la década del 30, a lo que su sumaron dos guerras costosas, una grave situación económica internacional, el Medio Oriente en estado de ebullición y el persistente obstruccionismo de los republicanos en el Congreso.
La memoria colectiva suele ser corta y cuatro años de una economía que carretea por la pista sin terminar de levantar vuelo generan mucha impaciencia. A la hora de votar, la gente no busca explicaciones sino respuestas.
Hasta el primer debate, Romney era un misterio plagado de desconfianza. Para el momento en que el encuentro terminó, gran parte de las reservas se habían disipado y el péndulo de la duda se había movido al rincón de Obama.
Mientras el Presidente se esforzaba por recomponer su imagen en los debates siguientes, a Romney le bastó con atajar los golpes y colocar algún guante en la cara de su rival, de tanto en tanto. Esto fue particularmente evidente en el último debate, dedicado a la política exterior, no precisamente el área más cómoda para Romney. Lo que el candidato republicano se propuso y logró, a pesar de sus imprecisiones, fue borrar la imagen de tirabombas que había venido proyectando durante su campaña.
Un final cabeza a cabeza es peligroso para un presidente que busca la reelección, en particular, cuando su sostenida ventaja comienza a evaporarse sobre la recta final. Pero en el caso de Obama, todavía existen motivos de optimismo.
Cuando solo faltan once días para
la elección, los pronósticos se apoyan menos en las encuestas generales y más en el recuento de electores por estado. Y en este terreno Obama sigue llevando una ventaja significativa. El Presidente parece tener asegurados o casi asegurados 237 de los 270 electores necesarios, contra 206 de Romney.
Florida, con sus 29 electores, podría darle un virtual triunfo a Obama, aunque perder en ese estado no resultaría necesariamente fatal. Romney, en cambio, podría hacer muy poco sin la Florida.
De los nueve estados considerados indecisos, tres (Colorado, Florida y Virginia, con un total de 51 electores) muestran una mínima ventaja en favor de Romney. Esto no es suficiente para darle la victoria. En los seis restantes (Nevada, Iowa, Ohio, Carolina del Norte y Wisconsin, con un total de 49 electores) Obama lleva la mínima delantera y esto le basta para ganar.
Algunos analistas han estado especulando últimamente con la remota posibilidad de que se produjera un empate en el Colegio Electoral, con 269 votos para cada candidato, un voto menos de lo necesario. Esto sucedería, por ejemplo, si Romney obtuviera Florida, Carolina del Norte, Virginia y Nevada y Obama ganara en Michigan, Ohio, Pennsylvania y New Hampshire.
En tal caso, según establece la Constitución, corresponde a la Cámara de Representantes (dominada por los republicanos), elegir al presidente, y al Senado (dominado por los demócratas), al vicepresidente.
El resultado sería, obviamente, Romney como presidente y Biden como vicepresidente, una insólita conclusión que tendría la virtud de darle un toque de color a una campaña por demás descolorida.









