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En pleno desierto peruano, donde el viento erosiona estructuras milenarias, un equipo de arqueólogos liderado por Ruth Shady encontró una ciudad que permanecía oculta desde hace casi 4.000 años.

Se trata de Peñico, un nuevo asentamiento de la civilización Caral, que cambia la forma en que entendemos el poder, la resiliencia y la organización social en América precolombina.

El hallazgo se anunció en julio de 2025 y ya genera impacto en la comunidad científica. No solo amplía el mapa de los primeros pueblos andinos, sino que también refuerza la idea de que es posible construir sociedades complejas sin recurrir a la violencia.

Una ciudad sin armas ni murallas

Peñico sorprende por lo que no tiene: no hay rastros de fortificaciones ni de armamento. En cambio, los arqueólogos encontraron plazas circulares, templos ceremoniales y viviendas organizadas en torno a espacios comunes. Todo indica que los caral priorizaron la cooperación y el comercio como forma de vida.

Este modelo pacífico ya se había observado en Caral-Supe, considerada la ciudad más antigua de América y declarada Patrimonio de la Humanidad. Peñico refuerza esa hipótesis: los caral no construyeron ejércitos, sino redes de intercambio y rituales colectivos, incluso en medio de crisis ambientales.

¿Cómo enfrentaron el cambio climático?

Hace unos 4.000 años, una sequía prolongada afectó a toda la región. Mientras otras civilizaciones colapsaban o entraban en conflicto, los habitantes de Peñico se adaptaron. Se instalaron cerca de fuentes de agua de deshielo provenientes de glaciares y reorganizaron su economía.

Las excavaciones revelan que, en lugar de abandonar la cultura, la reforzaron. Aparecieron figurillas, collares y esculturas pintadas con pigmentos naturales. La inversión en arte y rituales muestra que la identidad colectiva fue clave para resistir la adversidad.