Con motivo de la edición de “El Combustible Espiritual I en España tuve la oportunidad de pasar algunos días en Madrid. Mi presencia fue simultánea con la realización de la Cumbre que reunió a mandatarios de Europa y América Latina y, tal vez, con el momento de mayor efervescencia política a nivel local como consecuencia de las recientes medidas de ajuste anunciadas por el gobierno socialista destinadas a reducir drásticamente el déficit público del estado español que está por arriba del 11%.

Es habitual que por estas horas, en particular en la Argentina, se compare lo que sucede en la economía española con lo que aconteció en nuestro país en el 2001. Es cierto que hay algunos puntos de similitud ya que en la Argentina la crisis llegó después de una década de consumo desbocado, crédito barato e inversiones récord y que lo que venía sucediendo en España de los últimos años no era muy distinto.

Pero, más allá de idiosincrasias y geografías, los desarrollos económicos suelen tener desenlaces parecidos en todo el mundo, en este caso vemos como el ¿neoliberalismo? le hace creer al ciudadano promedio que es más rico de lo que realmente es, incentivándolo a gastar por arriba de sus posibilidades y como el ¿progresismo? usa al estado para gastar y subsidiar por arriba de sus ingresos, el cocktail termina poco digerible y muy explosivo.

Si a eso se suma la especulación de quienes apuestan al fracaso de los países y al éxito de sus apuestas, el epílogo no puede ser precisamente alentador. De todos modos, comparar la situación española de hoy con la nuestra del 2001 aparece casi como un disparate. Mientras que nosotros aún vivimos las secuelas del fin de fiesta con niveles de pobreza, indigencia, delincuencia e inequidad social que nunca volvieron a registros decorosos, lejos parece estar España de vivir situaciones similares de retroceso.

Si hacemos un poco de historia observaremos como los españoles vivieron en los últimos quince años un proceso de crecimiento económico que los convirtió en ¿europeos? y les fue curando el complejo de no poder ser, ni vivir, como italianos o franceses. De pronto, las calles se llenaron de autos de alta gama y tiendas de productos de lujo, de repente muchos españoles pasaron a pagar una hipoteca por una segunda vivienda en la playa y algunos hasta una tercera en el campo. De a poco le fueron tomando el gustito a veranear, no en Miami o en Cancún como nosotros en los 90, sino en Tailandia o en Polinesia. Paulatinamente los locales de Gucci o de Louis Vuitton fueron vendiendo en Barcelona o en Madrid tanto como los de París o Roma.

El nivel de consumo mejoró para todos, claro que no de igual modo para la clase media alta que para los llamados mil euristas, así y todo los pensionistas, como llaman a los jubilados, tuvieron en seis años una mejora en sus ingresos del 24%, en un país casi sin inflación. Con Aznar primero y con Zapatero después, España iba bien. Es cierto que hace dos años, con las primeras luces amarillas, había que haber tomado las medidas que no se tomaron y que no hubieran sido tan dramáticas como las actuales. No se hubiera llegado, probablemente, a tocar sueldos de empleados estatales de baja jerarquía o jubilaciones medias. También es cierto que hoy estas medidas pueden ser rápidamente anuladas si se tocan los salarios de tanto burócrata y asesor que repletan ministerios, diputaciones provinciales y otros despachos.

Por estas horas se anuncian planes para frenar obras públicas por un año y medio por 6.400 millones de euros y se anuncian subas de impuestos a los sectores que más tienen y que, según Zapatero, no alcanzaran a la clase media. Esta película generalmente termina mal ya que no hay un parámetro concreto para definir que es la clase media y es así como todos pasan a considerarse midlle class y nadie se admite rico.

Las encuestas por estas horas marcan una enorme decepción con el gobierno socialista y una hipotética victoria del Partido Popular por unos 9 puntos de diferencia en caso de que las elecciones fuesen hoy. Justamente José María Aznar aprovechó el dato para pedir la renuncia de Zapatero. La movida del ex presidente no es muy distinta a la estrategia de otros popes de su partido, que lejos de mostrarse más patriotas se están haciendo su agosto proselitista en pleno mayo y a dos años de las elecciones.

Así están las cosas en España, con cuatro millones seiscientos mil desocupados, con patrones y empleados que no acuerdan una reforma laboral y con nostalgias de pesetas y duros que hubieran corregido en gran parte a fuerza de devaluación esta crisis. Pero, si de monedas se trata, bien vale esta anécdota para pintar hasta dónde se ha llegado por aquí en materia de créditos. Así como nosotros en los ‘90 nos endeudábamos en dólares, aquí hay bancos que ofrecieron hipotecas multidivisas y es así como el otro día compartí un almuerzo con una amiga de Barcelona que en los próximos 20 años pagará su casa en yenes. En fin, no son tiempos dorados, pero tampoco la Argentina del 2001. Por aquí no se ven ni saqueos, ni gente haciendo cola en las embajadas, ni cartoneros, ni pañales de tela. España enfrenta una crisis, pero también una gran oportunidad para seguir siendo un gran país.

En su historia ha sabido superar impedimentos mayores.