

¿Es un tema importante? Sirve pensar la felicidad o es una pérdida de tiempo, un falso tema, la herencia de tiempos más cándidos de la humanidad? ¿Es un tema para decir boludeces o se lo puede usar bien?
Claro que la calidad de la vida personal no depende exclusivamente de los conceptos que uno logre elaborar, pero ciertos pensamientos ayudan a darle fuerza a la aventura vital del individuo. La felicidad es, podríamos decir, un tema de referencia, una figura simbólica alrededor de la cual uno puede realizar ciertas operaciones básicas de sentido para permitir su propia evolución.
Me gusta pensarlo así:
En contra de la idea de que la felicidad no existe, o de que es una quimera -algo que se pierde en el momento en que se alcanza, como si fuera un juego viciado en el que no se puede ganar-, creo que la felicidad es un estado consistente y alcanzable. Que se arma de a poco en las vidas que buscan encontrarle la vuelta a lo que la experiencia cotidiana plantea. Creo también que quien llega a lograr ciertas conquistas personales puede establecerse en una zona existencial muy satisfactoria y disfrutable. Sí, la muerte nos llegará a todos, y también el deterioro físico, pero aun esos límites insalvables cambian de signo (en una medida importante) si la vida que estamos viviendo es una vida plena. Lo peor es ver acercarse a la muerte sin haber sido capaz de poner vida en el medio, es decir, sin haber usado la existencia para algo, para lo que uno quería, sin haberla, de alguna manera, ‘gastado‘. No hay que entender los logros como aquellas cosas que otros reconocen como valiosas en uno, sino como las que para cada uno de nosotros arman una consistencia personal que tiene densidad suficiente como para hacerle frente a la muerte.
Por otra parte, la felicidad no debe ser concebida como una línea de contento permanente, como el instalarse de una vez y para siempre en el placer. El hedonismo no es una opción, evitar el displacer de manera absoluta no está dentro de las posibilidades de nadie, y como bien dice el budismo: todo intento por eliminar el sufrimiento sólo consigue incrementarlo. (No enfrentás el problema, el problema crecer. Le haces frente, podes generar una respuesta).
Toda vida tiene vaivenes, días buenos y días malos, pero mientras una vida sin felicidad sitúa esas alteraciones en un plano muy por debajo de la línea de flotación, una vida feliz los pone muy por encima. El perdido en una angustia sistemática también tiene días buenos, pero el mejor de sus días no se compara con el peor de los que hubiera tenido si hubiera sido capaz de dar las batallas de su crecimiento. ¿Y cuál sería la línea de flotación? La de una existencia intermedia, una especie de deriva no demasiado desagradable, pero de alguna manera excesivamente precavida. Esta opción suele presentarse en la imagen de quienes creen que las cosas ‘suceden’ y esperan que ‘les pasen cosas lindas’. En realidad, las cosas no vienen hechas, hay que hacerlas.
Crecer nunca sucede solo, es un proceso que requiere de protagonismo, que pide que seamos capaces de pagar los precios ineludibles de todo desarrollo. La felicidad es siempre el resultado de una batalla, muchas veces ardua, pero que no puede ser evitada. Tampoco tiene sentido evitarla, dado que de todas maneras no hay escapatoria posible, ¿adónde iríamos? ¿Qué se gana con no probar? Tal vez se gana el refugio de una visión triste del mundo, que puede servir como justificación, pero no aporta realmente nada.
La idea más instalada en contra de la valoración de una felicidad posible es la que se expresa en una especie de fatalismo metafísico, la que dice: cuando el hombre consigue lo que busca quiere inmediatamente otra cosa; la felicidad es una quimera inalcanzable, un idealismo. ¿Querés una determinada mujer? Al tenerla ya no te interesa. ¿Querés cierto trabajo, que determinado proyecto prospere? En cuanto lo consigas te estarás aburriendo. ¿Plata? ¿Cuánta te calmaría?
Es cierto que hay casos de estos, que abundan, pero creo que son muestras de una tendencia a presentar a la insatisfacción como inevitable, sin que lo sea realmente. Justificaciones, como decíamos, visiones de vidas malogradas, pero no una versión verdadera.
El que consigue lo que busca y no lo disfruta, no lo quería realmente. La visión de una felicidad consistente se apoya en la idea de que los deseos, (esos impulsos que nos habitan pero no se eligen, esas tendencias que nos urgen y atraviesan, que nos dan vida y constituyen nuestra identidad, que surgen de uno como pseudópodos al mundo), los deseos, decía, si son cumplidos, generan un gran contento y ponen a la persona en otro nivel vibratorio, por describirlo musicalmente.
Cuando la felicidad sólo es pensable como un estado de quietud en el que no caben los problemas estamos frente a una idea que no se corresponde con ninguna realidad posible. La felicidad real es, por el contrario, la que entre medio de los problemas enfrenta y supera (negociando y reformulando en el proceso) los obstáculos con los que natural e inevitablemente cualquier camino personal se encuentra. No puede no haber problemas, el mundo respira problemas, es más, ellos no existen, resultan del cruce del deseo con la realidad. Abrirse camino entre ellos, armando un mundo personal, es la única vía que permite bienestar. La única manera de no tener problemas es no querer nada: la posición más limitada.
Y también hay que tener presente que si uno se dice feliz siente que puede ser acusado de soberbio. Como si decirse feliz, saberse feliz, serlo, fuera en realidad siempre una especie de engreimiento, de engaño o de pretensión absurda. Muchos hay que gozan desarmando felicidades ajenas, al menos en el pensamiento, describiendo como negatividad lo que para el protagonista es en realidad vida plena. Darle mucha entrada al natural resentimiento de tantos es un problema de uno, no de los resentidos, que pueden perfectamente ser evitados.










