Anoche hubo una gran celebración en la Salle Gaveau, una prestigiosa sala de música ubicada a pocos pasos de los Campos Eliseo en París. Pero el invitado de honor no tenía pensado concurrir.

Nicolas Sarkozy, el presidente francés, esta semana informó que no tenía intenciones de reunirse con la élite de su propio partido UMP para festejar en una fiesta sus dos años en el poder. Aprendió la lección.

En un momento de crisis sin precedentes, donde las olas de descontento general golpean las puertas del Palacio Eliseo, Sarkozy decidió tomar una actitud más tradicional, se puede decir que más presidencial, ante su segundo aniversario en el cargo. Ninguna demostración fastuosa de celebración para un hombre considerado “ostentoso mientras millones de trabajadores franceses no tienen empleo.

Experto en manejar a los medios, las revistas y diarios amistosos señalan que Sarkozy se muestra “sereno e “indiferente ante la polémica sobre el éxito o fracaso de su programa de reformas de dos años.

Es una nueva persona el líder de Francia, un hombre cuyas emociones a menudo le ganan la batalla a su lengua y cuya energía le valió el sobrenombre de “omnipresente . Pero el hecho de que haya asumido esta apariencia revela en gran medida los desafíos que enfrenta Sarkozy mientras comienza su tercer año en el cargo y reflexiona sobre posibles cambios de gabinete en el verano (boreal).

Cuando asumió en mayo de 2007, se observaba un cauto optimismo. Al menos para quienes lo habían votado, él iba a ser quien sacaría del letargo a la aburrida y tradicional Francia; y su afición por los flashes sería simplemente tolerado.

Dos años después, su incesante actividad y su máquina de disparar reforma tras reforma confundieron al pueblo, que ahora no sabe cuál fue el verdadero progreso hasta ahora.

La popularidad de Sarkozy se encuentra en niveles mínimos. Dos terceras partes de los franceses aseguran que sus medidas los ha decepcionado y más de la mitad cree que él no tiene un verdadero proyecto para Francia.

Normalmente, eso no importaría demasiado en el sistema francés, ya que todos los anteriores presidentes de la Quinta República en su segundo año de mandato sufrieron una fuerte caída en sus niveles de aprobación.

Pero para Sarkozy, esta vez la apuesta podría ser mayor. Sin las distracciones de la innegablemente exitosa presidencia de la Unión Europea que marcó su segundo año en el cargo, el foco para los próximos 12 meses será puramente local.

Sarkozy conoce mejor que cualquier otro político cómo sofocar a la oposición antes de que se convierta en una verdadera amenaza. Es indudable que usará su inminente cambio de gabinete para cooptar tantos electores como pueda, igual que cuando aniquiló a la oposición cuando llegó al poder.

Pero el verdadero examen será si en la siguiente etapa de su mandato es capaz de crear un verdadero gobierno que tenga la credibilidad suficiente que le permita seguir dándole forma a la difícil reforma o si seguirá asumiendo las funciones de liderazgo y sostén.

La última opción sería riesgosa en un momento de tensión social. Francamente, si Sarkozy no puede confiar en la gente que el designó, ¿por qué deberían hacerlo los franceses?