

En el helado estacionamiento de una tienda de Home Depot, en el noreste de Washington, alrededor de un centenar de inmigrantes latinoamericanos esperan que aparezca alguien a ofrecerles trabajo. La mayoría volverá con las manos vacías a sus departamentos, o a los refugios o puentes donde viven de manera precaria.
Francisco, un guatemalteco de 30 años, recuerda los tiempos de la burbuja estadounidense, cuando la abundancia de puestos de trabajo atraía a millones de inmigrantes como él. En esa época, “se podía trabajar siete días a la semana y hasta 24 horas por día, si uno quería , recuerda. Ahora, los aspirantes que se reúnen allí diariamente se sienten afortunados si consiguen trabajar dos días por semana.
Los efectos de la recesión son muy visibles en un mes en que la tasa de desempleo en EE.UU. superó la marca de 10%. Sin embargo, estos hombres son algunas de sus víctimas ocultas, ya que muchos vivían en las sombras aún antes de la desaceleración económica, aferrados al último escalón de la fuerza laboral, en trabajos mal pagos en la construcción y el sector servicios. De todos modos, antes del bajón los inmigrantes representaban una sexta parte de los trabajadores estadounidenses, según el Instituto de Políticas Migratorias.
Los inmigrantes en trabajos manuales de baja capacitación fueron los que primero perdieron sus puestos cuando la economía se contrajo y, en el caso del 30% que estaba en el país de manera ilegal, no había una red de seguridad que frenara su caída. El Departamento de Trabajo no publica regularmente datos sobre los inmigrantes en la fuerza laboral, pero un análisis preliminar hecho por el Pew Research Center sugiere que han sido afectados de manera desproporcionadamente grave.
El creciente desempleo y la caída en los salarios no sólo afectan a los propios inmigrantes, sino también a los países de los que provienen. El Banco Interamericano de Desarrollo pronosticó que las remesas desde EE.UU. hacia Latinoamérica caerán 11% este año.
Algunos de los hombres en el estacionamiento de Home Depot bromean diciendo que sus mujeres, que quedaron en sus países, deben estar divorciándose de ellos, convencidas de que sus maridos ya no les envían dinero porque han encontrado nuevas novias con las que gastarlo.
Según una encuesta del BID, sólo una cuarta parte de los inmigrantes hispanos que han perdidos sus puestos de trabajo consiguen seguir enviando remesas, recurriendo a sus ahorros y recortando gastos. Incluso algunos hablan de “remesas inversas , en las que familias en México, por ejemplo, envían dinero a sus parientes que están al norte de la frontera.










