Durante los últimos cinco o seis años, hubo momentos en que uno tiene la impresión de que la política nacional no importa mucho. Los noticieros de la noche denuncian casos de corrupción, pero parecen no tener más relevancia para las verdaderas perspectivas de desarrollo de Brasil que las telenovelas de la tarde.

Los principales diarios están llenos de intrigas políticas pero, para gran parte de la comunidad empresaria, especialmente los inversores extranjeros que han apostado miles de millones de dólares en el país en los últimos años, nada de eso tiene importancia. Desde que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva abrazó la ortodoxia económica hace seis años, a menudo es imposible distinguir la políticas del partido izquierdista de los Trabajadores y aquellas de la principal oposición, el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) del ex presidente de Fernando Henrique Cardoso.

En consenso económico en parte explica porqué la política se convirtió en algo tan poco emocionante. Casi todos coinciden en que es necesario mantener baja la inflación. Después de los fallidos experimentos de las décadas de los ‘60, ‘70, ‘80 y principios de los noventa, prácticamente no hay dirigente político que niegue que la inestabilidad financiera es perjudicial.

Al mismo tiempo, es acotado el debate sobre la política fiscal. En parte, eso se debe simplemente a que, en un momento de relativa abundancia económica, pocos políticos están preparados para argumentar un recorte del gasto público, aunque sea necesario para el largo plazo, explicó Christopher Garman, director de América latina en Eurasia Group, una consultora de riesgo político con casa matriz en Nueva York.

Otros varios factores interrelacionados apuntalan la estabilidad del sistema político. En parte, el partidismo está fragmentado. Por un lado, es el resultado del tamaño y las divisiones regionales de Brasil, y por otro es una consecuencia de un sistema electoral que otorga a los legisladores individuales mucha más autonomía con respecto a sus partidos, en comparación con lo que ocurre en muchos otros países.

Habitualmente fracasan los intentos por intensificar la disciplina partidaria a través de una amplia reforma política. “Es uno de los grandes tabúes , señaló Rogerio Schmitt, analista político de Tendencias, una consultora con casa matriz en San Pablo, quien asegura que los políticos se oponen al cambio. “Los políticos que deben aprobar las reformas son las mismas personas que son elegidas bajo el actual sistema.

Como resultado, la eficacia del gobierno depende del armado de alianzas entre partidos. El presidente Lula da Silva se muestra especialmente expansivo, ya que armó coaliciones que incluyen 14 partidos durante determinados períodos de su segundo mandato. Cardoso dirigía una alianza más chica de cuatro partidos. Pero el centrista Partido no ideológico del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el partido más grande del país, ha sido un elemento común en ambas administraciones. Los brasileños aseguran que el PMDB existe puramente para ocupar posiciones en la administración pública.

El PT de Lula y el PSDB de Cardoso todavía están en desacuerdo, principalmente debido a diferencias en cuanto a la estrategia de largo plazo, pero hay señales de que este antagonismo comenzaría a quebrarse, especialmente a nivel local, donde los representantes de ambos partidos frecuentemente trabajan juntos.